López Obrador usará el Nafta para cambiar el modelo económico
México quiere más contenido mexicano en la cadena de valor del automóvil
El presidente electo y veterano líder de la izquierda mexicana, Andrés Manuel López Obrador, se mostró bastante satisfecho tras el anuncio el martes del nuevo Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Esto a pesar de que, en otros tiempos, el TLC –o Nafta, según el acrónimo inglés– fue considerado un pacto del diablo por la izquierda mexicana. Semanas después de publicarse la edición inglesa de su incendiario libro Oye Trump, una crítica demoledora al presidente estadounidense, López Obrador ha cultivado una relación a distancia sorprendentemente cordial con la Casa Blanca.
¿Por qué elogiar el nuevo acuerdo que deja la mayor parte del Nafta intacto y cuyas modificaciones parecen, a primera vista, perjudiciales para México? ¿Por qué ser cómplice en la marginación de Canadá y su primer ministro, Justin Trudeau –un aliado bastante más atractivo para la mayoría de los mexicanos que Trump– al anunciar un acuerdo bilateral y dar a los canadienses solo cinco días para sumarse o quedar fuera?
La primera respuesta es sencilla. No hay alternativa. López Obrador sabe ya que el TLC ha ido demasiado lejos –tejiendo complejas cadenas de valor transfronterizas por más de un billón de dólares en industrias como el automóvil, la electrónica y la aeronáutica– para ser desmantelado sin provocar enormes daños colaterales. México destina el 90% de sus exportaciones a Estados Unidos y Canadá y, si el acuerdo se hubiera colapsado, López Obrador, ya visto con recelos en los mercados, habría llegado al poder en plena crisis.
El pragmático trato con el diablo parece haber funcionado al menos a corto plazo. La apreciación rápida del peso y la subida de la bolsa esta semana ayudarán a facilitar una transición sin sustos. “López Obrador estaba muy interesado en que la negociación del TLC ya estuviera resuelta antes de que tomase posesión”, dijo Valeria Moy, analista del Atlantic Council en Washington durante una teleconferencia el miércoles.
Pero hay otro motivo que explica la satisfacción de los integrantes de la próxima administración, cuyo representante en las negociaciones, Jesús Seade, prestó su apoyo casi incondicional al equipo del presidente Enrique Peña Nieto. Aunque parecen perjudiciales para México, los nuevos requisitos respecto al contenido regional y en favor de salarios más altos en la industria del automóvil son más próximos al modelo económico de neodesarrollismo nacional que defiende López Obrador que de la globalización neoliberal de Peña Nieto.
El presidente electo defiende la necesidad de reducir la dependencia tanto de exportaciones a Estados Unidos como de importaciones de componentes desde Asia y Europa. De esta manera, espera poder abandonar el llamado modelo “maquila”, en el que México ha sido una plataforma de salarios bajos para ensamblar componentes importados y luego exportar el producto a Estados Unidos.
Bajo el nuevo acuerdo, el requisito sobre componentes fabricados en América del Norte (EE.UU., México y Canadá) subirá del 62,5% al 75% del total de cada vehículo exportado a Estados Unidos. Es más, se elevará del 40% al 45% el número de vehículos que deben ser fabricados en plantas que pagan al menos 16 dólares la hora a sus trabajadores.
Siempre y cuando México tenga suficiente tiempo para ir adaptándose a estos nuevos requisitos, se irá abriendo paso el nuevo modelo de “producción nacional” de López Obrador. A corto plazo, será muy difícil que cumplan las multinacionales del automóvil instaladas en México, ya el tercer productor de coches del mundo. Pero, a largo plazo –si López Obrador implementa políticas públicas industriales– podría ser una oportunidad para elevar el contenido mexicano, asegura Gabriel Cavazos, asesor legal de Monarch Global Strategies en Monterrey.
RECTIFICACIÓN FORZADA
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