Oportunidades
LA sociedad catalana parece haber aprendido a convivir con cierta dosis de conflicto. Su capacidad de adaptación al enredo político en el que se encuentra es encomiable. Los ciudadanos de Catalunya son gentes capaces de convertir la anormalidad en una forma compleja de normalidad. La economía, protegida por este contexto, parece haber acusado menos de lo imaginable un contencioso que no ha pasado precisamente desapercibido en el planeta. Los catalanes son individuos prudentes, así que han tenido la inteligencia que no han demostrado sus dirigentes, y no han traspasado líneas rojas. Much ado about nothing (mucho ruido y pocas nueces), que diría Shakespeare. En todo este embrollo, no se ha roto un cristal.
Negar que este panorama se vive sin tensión sería querer endulzar una situación amarga. Sin entrar en las razones de nadie, es indudable que en el último año hemos asistido a una gran descarga emocional, a un notable descosido social y seguramente se han perdido interesantes oportunidades. Y lo más relevante, hay políticos en la cárcel, encausados o en el extranjero. Algo que las familias viven como un drama personal, pero que una gran parte del país lo experimenta como una tragedia colectiva porque condiciona cualquier solución.
Escribía ayer Josep Ramoneda (Ara) que nadie sabe hacia dónde vamos, por más que el soberanismo recurra a eufemismos. Ahora ya no se habla tanto de independencia, de autodeterminación y de república, como de hacer república. “Es decir, no se trata de la construcción de una realidad institucional nueva, sino del aprendizaje de una cultura política diferente en la expectativa de un futuro lejano”. El dilema es cómo abordar este curso ante tantas incertidumbres y discursos inflamados. La buena noticia es que Pedro Sánchez quiere hacer política. Lo sensato sería aprovechar este momentum, sin prisas. “Nadie admite la celeridad, como no sea un negligente”.
De nuevo, Shakespeare.