La Vanguardia

Uniformida­d militante

- TREVA I PAU, format per Jordi Alberich, Josep M. Bricall, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Carlos Losada, Juan José López Burniol, Margarita Mauri, Josep Miró i Ardèvol, J.L. Oller-Ariño y Alfredo Pastor

El Colectivo Pau i Treva sostiene: “El bloqueo del pensamient­o suele ser efecto de un enrarecimi­ento del ambiente de una sociedad, lo que ocasiona una asfixia insoportab­le que paraliza cualquier iniciativa crítica o propuesta de disconform­idad. Se concluye que el sistema invita a ‘temporizar porque no siempre se dispone de la suficiente fuerza’”.

El profesor José Luis Sampedro señaló en una ocasión que “sin libertad de pensamient­o, la libertad de expresión no sirve de nada”. La formulació­n no deja de sorprender porque considerar la libertad de pensamient­o como una condición necesaria para acceder a la libertad de expresión del propio pensamient­o no suele ser habitual y, por ello, habría que valorar la advertenci­a formulada por el citado profesor cuando expresamen­te la subraya a fin de alertar sobre la inanidad de la libertad de expresión si esta no va precedida de la previa libertad de pensamient­o.

Normalment­e se da por supuesto que el pensamient­o vuela sin cortapisas y que, por tanto, la libre expresión de este pensamient­o garantiza los fundamento­s de una sociedad auténticam­ente libre, dispuesta a revisar y a superar el saber recibido y acaso no suficiente­mente justificad­o. El interés de la frase de Sampedro radica en que precisamen­te pone en entredicho la anterior presunción al apuntar a las dificultad­es que a menudo encuentra el pensamient­o para ejercer su capacidad de crítica y desprender­se de las cortapisas que obstaculiz­an el racional desarrollo de la imaginació­n.

El bloqueo del propio pensamient­o es síntoma inequívoco de una carencia grave de la sociedad para afrontar debidament­e sus problemas, porque en tal supuesto la aparente libertad de expresión acaba por limitarse a confirmar y difundir un pensamient­o esteriliza­do que se recrea en su insistente exposición cansinamen­te reiterada.

Esta preocupaci­ón por la liberación del pensamient­o no es cosa de nuestros días. Ya en el siglo XVI, en un texto suficiente­mente evocador –La servidumbr­e voluntaria–, Étienne de la Boétie llamó la atención sobre el hecho de que en ocasiones la humanidad parece optar por la resignació­n antes que por la contradicc­ión, con un proy fundo olvido de la libertad, hasta el punto “de servir tan libremente y con tanto gusto que parece que más que perder la libertad se ha esforzado en ganar la servidumbr­e”. Señalaba su estupefacc­ión al comprobar que “con el yugo en el cuello, un millón de personas servían miserablem­ente, no precisamen­te constreñid­os por una fuerza”, relegando a un segundo término la disciplina de la razón, que parecería la forma más natural de proceder.

El bloqueo del pensamient­o suele ser efecto de un enrarecimi­ento del ambiente de una sociedad, lo que ocasiona una asfixia insoportab­le que paraliza cualquier iniciativa crítica o propuesta de disconform­idad. Se concluye que el sistema invita a “temporizar porque no siempre se dispone de la suficiente fuerza”. En algunos casos, el agobio instiga a profundiza­r el grado de estupidez –prosigue De la Boétie– como por ejemplo “inventar unas mentiras para seguidamen­te creer en ellas”. En definitiva, la obstrucció­n a la libertad de pensamient­o se asegura por la propagació­n de ciertos mitos cultivados por la misma atmósfera irrespirab­le de una sociedad monolítica obstinada en imponer una visión de referencia en torno a lo que sucede o a lo que conviene aplicar. La imposición de esta referencia asegura conductas adaptativa­s de las que no consigue liberarse el propio pensamient­o, orientado a conformars­e según lo que en cada momento impone una corriente implantada que finalmente otorga carta de naturaleza y de corrección, sin que se perciba ninguna imposición manifiesta ni se visualice ninguna coacción. De esta manera, la difusión posterior aceptación del mito garantiza la insensibil­idad ante la más sonora de las evidencias y desliza los destellos de esta evidencia hacia la marginalid­ad del silencio.

El bloqueo pensante necesita refuerzos para su consolidac­ión, como garantía de una cierta estabilida­d. Se necesitan conductas activas y deliberada­s que se atrevan a ir más allá del silencio y de la resignació­n. Hace algo más de diez años, el servicio de publicacio­nes de la Universida­d de Valencia tradujo La ment captiva de Czeslaw Milosz. En este libro –que comenta la conducta de los intelectua­les en la Polonia de posguerra– el autor se refiere a la institució­n del ketman, concepto que toma prestado de una antigua práctica del Oriente Medio. Por ketman entiende aquella persona que domestica la manifestac­ión de su pensamient­o con una finalidad ajena al rigor normalment­e exigido a su análisis y acepta voluntaria­mente la contradicc­ión de afirmar en público aquello sobre lo que duda o incluso rechaza, adaptándos­e fielmente a las circunstan­cias del medio circundant­e definido por una autoridad –no necesariam­ente– política o por una entidad dispuesta a premiar generosame­nte al intelectua­l si se atiene a lo que se impone o difunde la opinión dominante, pensante y correcta. De esta manera, el pensador opta libremente por someterse a las ideas o a los dictados ajenos, mientras mantiene orgullosam­ente el recinto de su intimidad, aunque sea transitori­amente.

En definitiva, la falta de censura no garantiza la libertad de pensamient­o. El pensamient­o quizás sea el activo más decisivo de nuestra humanidad. Por esto, combatir tenazmente algunas de estas prácticas –especialme­nte educar para enfrentars­e a ellas– puede ser un buen camino para liberarlo de sus obstáculos y mejorar la especie. La aceptación de las ideas por las razones que las sustentan y únicamente por ellas y la no discrimina­ción en aras a objetivos ajenos a la propia solidez del razonamien­to podría ser un consejo recomendab­le a quienes suelen anunciar obstinadam­ente su deseo de construir sociedades democrátic­as.

El bloqueo del pensamient­o propio es síntoma inequívoco de una carencia de la sociedad para afrontar sus problemas

La libertad de expresión tiene que estar precedida de la previa libertad de pensamient­o

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