Toallas antirrobo
Una empresa de València especializada en textiles para la hostelería ha creado tejidos inteligentes que incorporan un chip que permite identificar y localizar las prendas.
Cuando llueve en agosto, llueve miel y llueve mosto. Alguna ventaja hay que buscar en el refranero para contrarrestar el mal humor de los que estaban de vacaciones y no han podido disfrutar de la playa. El primero que se levantaba por la mañana informaba al resto: “Llueve”. Pero seguro que muchos hablantes, en lugar del escueto “llueve”, han dicho: “Está lloviendo”. Mal. El verbo llover pertenece al grupo de los verbos defectivos, es decir, tiene un defecto. En su caso es que no se puede conjugar en todas las personas, sólo en la tercera. No podemos decir: “yo lluevo” o “tú llueves” o “nosotros llovemos” o “vosotros llovéis”, porque la lluvia es impersonal. La lengua, de un modo consciente, ha establecido que no hay nadie que llueva y no le quiere dar el protagonismo.
Ocurre lo mismo con otros verbos vinculados a los fenómenos meteorológicos: nevar, relampaguear... Ahora bien, cuando se dice que alguien o algo hace la acción de llover, se usa la construcción “hacer llover”: “La avioneta hace llover insecticida sobre los campos”.
Siempre miramos de reojo el inglés porque invade de manera sutil, y no tan sutil, nuestro vocabulario. Pero, en este caso, la invasión sutil es morfológica, de modo verbal, cuestión que adquiere un mayor grado de gravedad. En inglés, para decir que “llueve” dicen que “está lloviendo” (It’s raining again, cantaba Supertramp). Usan esta construcción de gerundio, ajena al castellano y al catalán. Y sin embargo, por influencia de títulos de libros y de películas mal traducidos, el gerundio se ha colado y, como un aguacero, no hay quien lo pare: Lloviendo piedras, por ejemplo, fue una mala traducción de Raining stones
(Ken Loach, 1993), que en catalán, en cambio, sí se adaptó adecuadamente: Plouen pedres. En buen castellano, habría que haber dicho Llueven piedras.
Quizás a alguien le puede parecer que es lo mismo decir “llueve a cántaros” que “está lloviendo a cántaros” –como decía una canción–, pero la morfología de la lengua dice que no, que este gerundio no va.
“Plou i a defora bufa es vent / que dorm es meus sentits / i aixeca sa tempesta”, canta el mallorquín Tomeu Penya. Y la Balada de otoño de Serrat sigue el mismo patrón: “Llueve, / detrás de los cristales, llueve y llueve / sobre los chopos medio deshojados, / sobre los pardos tejados, / sobre los campos, llueve”.
Es curioso que con respecto al gerundio haya dos casos opuestos: los que no saben utilizarlo y lo evitan siempre para no equivocarse, y los que lo han adoptado sin manías y de un modo impropio, por influencia de Supertramp o vaya usted a saber.
Cuando llueve, incluso el verbo que lo cuenta se ve afectado por este fenómeno meteorológico