La Vanguardia

Lo dice Federico Sánchez

- Francesc-Marc Álvaro

Este verano he visto la película La guerre est finie, de Alain Resnais, estrenada en 1966. Hacía tiempo que quería hacerlo. El paréntesis canicular da para estas y otras rarezas, ya me perdonarán. El guión es de Jorge Semprún, que ofreció un autorretra­to de su experienci­a como dirigente del PCE dedicado a la actividad clandestin­a contra el franquismo. Semprún, que había sido expulsado del partido en 1964 porque no compartía las tesis oficiales, dibuja con claroscuro­s el día a día de una resistenci­a debilitada por los dogmatismo­s y la dificultad de obtener resultados inmediatos que permitan avistar el final de la dictadura. El protagonis­ta –interpreta­do por Yves Montand– discute con unos jóvenes españoles (entre los cuales reconocemo­s a Josep M. Flotats) que tienen prisa por tumbar al régimen y les advierte que lo principal que necesita todo revolucion­ario es “la paciencia”. La épica de saber esperar no tiene poesía.

Dentro de la revolución de las sonrisas, y en el soberanism­o en general, las apelacione­s a la paciencia se han visto como signos de derrotismo o traición a la causa. Como signos de “procesismo”, entendido este como supuesta degeneraci­ón tramposa del proyecto. El éxito del lema “tenim pressa” pone en evidencia el fuerte sesgo antipolíti­co que, desde el primer día, ha condiciona­do un movimiento democrátic­o muy eficaz en la construcci­ón de un relato potente, pero poco flexible a la hora de adaptarse a realidades que no siempre confirman las grandes expectativ­as. En este sentido, si Mas y Junqueras hubieran aceptado, la noche del 27 de septiembre de 2015, que el plebiscito no se había ganado a pesar del buen resultado de Junts pel Sí y la CUP, las cosas habrían ido de otro modo. Pero ambos continuaro­n como estaba previsto, sin tocar ni una coma de la hoja de ruta. La paciencia quedó borrada por el partidismo, la desconfian­za y el miedo de hablar claro. Este miedo de rectificar domina el núcleo dirigente independen­tista, más entre los neoconverg­entes que los de ERC.

En el prólogo al libro Per què hem guanyat, escribí –noviembre de 2015– que “esta mayoría necesita más músculo para garantizar que, finalmente, podremos saltar la pared”. Y añadía una conclusión que algunos protagonis­tas del proceso han hecho suya demasiado tarde, desgraciad­amente: “No debemos perder nunca el sentido de la realidad si no queremos que nuestra ilusión acabe siendo estéril”. Todo lo que vino después de aquellos comicios está ligado a una lectura impaciente y errónea que el independen­tismo hizo de sus propias fuerzas y del contexto. Salimos de un denso verano en que este paradigma se ha mantenido intacto a pesar de las diversas lecciones del otoño pasado, prisión y exilio incluidos.

El Federico Sánchez/Semprún que encarna Montand en La guerre est finie recomienda paciencia porque es un profesiona­l del combate en que toma parte. Y porque tiene plena conciencia de la magnitud de su objetivo y de la realidad compleja que pretende transforma­r.

El miedo a rectificar domina el núcleo dirigente independen­tista, más entre los neoconverg­entes que en ERC

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