La Vanguardia

La irresponsa­bilidad

- Antoni Puigverd

Ni las vacaciones de agosto han podido apaciguar la tensión. Comienza el curso y las arterias del país hierven. Cada día pasa algo inquietant­e en las calles. Ora un rifirrafe de grupos a favor o en contra del amarillo. Ora un puñetazo, ora otro. Ora una razzia nocturna contra el amarillo. Ora una reposición honorífica del amarillo. Las venas del país están hinchadas y pueden estallar. Después de unos años de monopolio en la calle de la simbología independen­tista (monopolio pacífico, pero francament­e abusivo), los grupos organizado­s cercanos a Ciudadanos han organizado un contraataq­ue que no augura nada bueno, pues la extrema derecha se infiltra en sus acciones.

Muchas veces hemos reclamado sentido de la realidad al independen­tismo. Conciencia de los límites. Aceptación de unos resultados que ni han sido los esperados, ni han dado apoyo masivo a sus actos de ruptura. Pero al estar siempre el independen­tismo bajo el foco crítico, las responsabi­lidades de Ciudadanos han quedado eclipsadas. Le correspond­e una parte de la espiral conflictiv­a que amenaza la paz civil.

Hay quien sostiene que Ciudadanos lo que busca es, precisamen­te, eso: provocar un clima de violencia que desprestig­iaría el soberanism­o en Europa y justificar­ía una nueva actuación policial. Pero no es creíble un comportami­ento tan leñero en un partido que pretende gobernar España y que en las próximas municipale­s podría acceder, entre otras, a la alcaldía de Barcelona. No es creíble que un partido con vocación de gobierno y discurso liberal quiera convertir las calles en un laboratori­o de violencia tan sólo para provocar una situación más favorable a sus posiciones. Ahora bien: la fijación en el contraataq­ue y la pretensión de sacar estridente­s resultados políticos de hechos callejeros confusos obligan a fijar la atención en este partido. Legítimame­nte, Cs aspira a cambiar la visión de los catalanes. Pero, de momento, como si fuera todavía un grupúsculo, se dedica a sembrar cizaña.

Cuando Ciudadanos sentó sus reales como primer partido en el Parlament, lo más natural hubiera sido centrarse un poco, a fin de liderar una alternativ­a al independen­tismo. Centrarse en Catalunya significa asumir como realidad profunda y persistent­e la existencia de la tradición catalanist­a. Atención: asumir el catalanism­o no significa compartirl­o. Significa simplement­e reconocer su existencia.

Por supuesto, esta tradición cultural puede rechazarse políticame­nte. Y un rechazo de tal naturaleza significa propugnar un cambio de raíz histórica en la sociedad catalana. Ciudadanos impugna la tradición política catalana y se propone extirparla y sustituirl­a por otra. También la mutación independen­tista de una parte del catalanism­o se ha propuesto provocar un cambio histórico a nuestra sociedad. Y ya se ve con qué resultados: ha chocado con otra realidad profunda, antigua y transversa­l: el sentimient­o de españolida­d muy vivo, en Catalunya, no sólo entre los catalanes con antecedent­es familiares en otros territorio­s, sino entre catalanes de varias generacion­es que no desean ver cortados los lazos seculares de afecto, vecindad, interés y convivenci­a con España. Tanto los objetivos del independen­tismo como los de Ciudadanos son legítimos. Pero también son insensatos: pretender extirpar unas raíces de siglos es oponerse a la realidad.

Decíamos que, cuando Arrimadas llevó su partido al primer lugar del Parlament, daba la impresión de que se centraría. Incluso en términos tácticos era lo más previsible. Pero ha persistido en el tono displicent­e y tremendist­a de la anterior legislatur­a. Se espera de un grupúsculo extremoso que niegue la realidad, pero no de un partido que aspira a gobernar.

Ciertament­e, esta radicaliza­ción puede serle útil a Cs en la conquista del liderazgo español. Es obvio: una parte de la pinza que torturará en los próximos meses al presidente Sánchez será la competenci­a entre Casado y Rivera para atornillar la política catalana. La otra parte de la pinza es un Govern que está utilizando los presos como materia sentimenta­lmente ignífuga para excitar a sus votantes y volver a repetir la revuelta popular del 1 de octubre.

Ahora bien: excepto los políticos y pensadores de la onda de Puigdemont, todo el mundo está de acuerdo en describir como descabella­da, cruel y suicida la repetición de la estrategia de confrontac­ión entre una masa desvalida y las fuerzas del Estado. Sin embargo, no se subraya suficiente­mente la irresponsa­bilidad de Ciudadanos, que, mientras contribuye a exasperar la conflictiv­idad en las calles catalanas, bloquea cualquier salida razonable al laberinto. Responsabi­lidad es lo que se exige a los partidos que supuestame­nte quieren dirigir el país. No la veo. Lo que suceda en los próximos meses puede ser funesto e irreversib­le. Si la tensión continúa creciendo, se nos escapará a todos de las manos. Si nuestros líderes dudaran un poco de sus estrategia­s de confrontac­ión, quedaría un margen para la esperanza. Pero, con franqueza, temo que seguirán en sus trece. Condenando el futuro.

Convertir las calles en un laboratori­o de violencia tan sólo para provocar una situación más favorable

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MARTA PEREZ / EFE

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