Tributos que crean riqueza
Los impuestos no tienen por qué ser elevados ni alcanzar tipos máximos para conseguir su mayor eficiencia como redistribuidores de la riqueza en una sociedad. Una fiscalidad bien diseñada con una administración eficiente evita llegar a tipos confiscatorios y es el mejor medio de conseguir una sociedad más justa.
Esa conclusión, apoyada con solvencia durante cinco décadas de investigación, es el gran legado del premio Nobel de Economía y académico de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras (Racef), sir James Mirrlees. Y no podría estar más de actualidad hoy y aquí cuando vuelve a cuestionarse nuestro sistema tributario. Nada habría agradado más a Mirrlees que volver a discutirlo con nosotros, como cuando sus informes fueron determinantes tras el franquismo en el diseño de nuestro propio impuesto sobre la renta.
Su trabajo fue y sigue siendo tan universalmente relevante que proporcionó el argumento para que muchos países redujeran sus tasas impositivas máximas y lograrán así aumentar su recaudación, su capacidad redistributiva y la reducción de la desigualdad social.
Sir James creía que una sociedad sólo puede ser próspera si lo es para todos y, desde su infancia en su pequeña aldea escocesa natal, Minnigaff, esa convicción inspiró toda su carrera académica. Como explicó a Lluís Amiguet en este diario: “Sin un sistema fiscal justo volveríamos a la desigualdad de la revolución industrial: a su violencia y sus guerras y ni a los más ricos les serviría su fortuna para lograr el bienestar”.
Mirrlees repetía que en su aproximación al estudio de la economía su corazón estaba a la izquierda, pero su cabeza a la derecha. Y podríamos concluir que esa definición era válida para sus trabajos sobre tributación óptima. Pero lo cierto es que su corazón le llevó a interesarse por los países más pobres.
De ahí que dedicara sus desvelos también al diseño de un análisis coste-beneficio en la economía del desarrollo que ha sido el manual de actuación en el tercer mundo de agencias internacionales y oenegés.
Sus investigaciones en Cambridge y Oxford, como brillante matemático y economista, fundamentaron esa creencia, que también inspiró su trabajo en sus últimos años en la Universidad China de Hong Kong, que supo incorporar a la élite de la investigación económica.
Dirigió desde allí la revista de economía dedicada a la tributación dentro del prestigioso Instituto de Estudios Fiscales. Dedicó sus mejores horas a sus alumnos y siguió viajando, investigando, aprendiendo e inspirando a los más distinguidos a los que siempre brindó consejo, entre ellos a Joe Stiglitz.
Combinó siempre su extraordinaria talla intelectual con una modestia y sencillez en su estilo de vida proverbiales. Y encontró tiempo, además, para volver a sus raíces y asesorar a la administración escocesa en compañía de su esposa, Patricia, a la que dedicó en Barcelona su discurso de ingreso en la Racef en el 2014, cuando ocupó el sillón número siete de los diez reservados a los premios Nobel de Economía en nuestra real corporación.