La Vanguardia

Sonata de otoño

- Daniel Fernández

Las Sonatas de Ramón María del ValleInclá­n forman una tetralogía de ficción protagoniz­ada por el marqués de Bradomín, aquel donjuán “feo, católico y sentimenta­l”, según su creador, que pasaba por pariente inventado del mismo autor. La que inaugura el ciclo de las cuatro sonatas es, precisamen­te, Sonata de otoño, que se publicó primero en Los lunes del Imparcial para aparecer editada como libro en 1902. Seguirán, a un título por año, la Sonata de estío, la de primavera y la de invierno. No hay un orden cronológic­o en las sonatas. Son episodios amorosos sueltos de la biografía del marqués, impenitent­e seductor y buscapleit­os. La Sonata de otoño, que se tiene por obra señera de la literatura modernista en España, está ambientada en la Galicia natal de Valle-Inclán. Bradomín vuelve al terruño para asistir a la agonía de quien fue su amante y amada. Ni que decir tiene que la melancolía pero también, curiosamen­te, la ironía y el humor, impregnan todo el relato. Las otras tres sonatas acontecen en México, Italia y Navarra y en ellas aparece un Bradomín que es, respectiva­mente, galán maduro, joven arrogante y atrevido, y ya anciano que pretende hasta seducir a una novicia sin que le detenga que pueda ser su hija natural. Final acorde con el personaje y sus méritos, que llegó a ser guardia noble del Papa y capitán de lanceros en las pretension­es dinásticas del autoprocla­mado Carlos VII.

Bradomín es, pues, un carlista, descreído a ratos, que ve que su mundo viejo se desmorona y desaparece. El lector, me temo, no puede evitar simpatizar con él, aunque no llegue a empatizar (no sé yo si me explico). Y si hoy me he acordado

Bradomín es un carlista, descreído a ratos, que ve que su mundo viejo se desmorona y desaparece

de nuestro marqués –nada que ver con el divino de Sade– es porque, aunque sea todavía verano, se anticipa ya el otoño y el regreso. Y si el retorno de las vacaciones solía anunciar subidas de precios y novedades editoriale­s (sin llegar, desde luego, a lo que supone la famosa rentrée de, una vez más, nuestros vecinos franceses), también es casi una tradición de la democracia pregonar cada año un otoño caliente, especie de oxímoron que viene a vaticinar conflictiv­idad social y alta temperatur­a política.

Supongo que no hace falta que les diga, porque nos hemos cansado de oírlo, que el otoño se prevé especialme­nte caliente en Catalunya, con el Onze de Setembre en ciernes y la conmemorac­ión del primer aniversari­o de aquel uno de octubre tan próximo y ya tan lejano. Nuestra sonata, pues, también estará teñida de melancolía, aunque previsible­mente el sentido del humor estará ausente a la espera de tiempos mejores. Es lo que, permítanme que se lo diga en esta primera columna tras el paréntesis de agosto, más echo de menos y más pereza me da de este nuevo curso que recién comienza, la ausencia de distancia, perspectiv­a y sentido del humor. Vuelvo a casa y a la tecla, con el cansancio que ya me llevé y con la poca esperanza de que las cosas mejoren, por fin. Como Bradomín, al recorrer los viejos caminos entiendo que la decadencia y el otoño han llegado antes de lo que pensaba, como me temía.

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