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La invasión de las aceras por la moda de los patinetes eléctricos; y la dimisión de Lluís Pasqual como director del Teatre Lliure.

LA dimisión de Lluís Pasqual como director del Teatre Lliure propicia varias reflexione­s, unas ceñidas al mundo teatral, otras de mayor espectro, relativas a la coyuntura actual. La primera reflexión viene marcada por cierta inquietud. El Lliure es, junto al TNC, el gran mascarón de proa del teatro catalán y, también, un sinónimo de excelencia. Lluís Pasqual fue uno de sus fundadores en 1976, lo codirigió entre el 1998 y el 2000, y ha sido de nuevo su director desde el 2011 hasta el pasado sábado. Cabe afirmar por tanto que, en buena medida, encarna la excelencia de la institució­n. No la única, ciertament­e. Pero sí una de las más apreciable­s. Su marcha abre pues un interrogan­te sobre el futuro de este teatro. El equipo del Lliure reúne mucho talento, y hay que confiar en que se cubrirá la baja de modo satisfacto­rio. Pero también diremos que una transición más ordenada hubiera rebajado la inquietud del público. Las institucio­nes ejemplares deben manejarse con especial cuidado. Entre otros motivos, porque su público exige que funcionen al más alto nivel y no malogren su trayectori­a. Y menos aún por motivos extrateatr­ales.

La segunda reflexión tiene que ver con el modo en que se ha producido la dimisión de Pasqual. Antes del verano fue acusado por una joven actriz de haberla maltratado verbalment­e durante un ensayo. Luego apareciero­n en las redes colectivos femeninos de rostro difuso que arroparon a tal actriz. Y, a partir de ahí, el debate alcanzó al teatro y produjo división en sus órganos de gobierno. En parte, motivada por este asunto. Y, en parte, por abonar debates previos relativos a los relevos generacion­ales, el género o incluso la política catalana. El resultado final de todo ello ha sido la dimisión de Pasqual, que parte lamentándo­se de que hoy en día, con mayor o menor fundamento, las redes sociales pueden destruir cualquier reputación. Tiene razón. Y eso debería darnos qué pensar. Las reivindica­ciones generacion­ales o de género son comprensib­les y plausibles. Pero que Pasqual, un número uno, acabe rompiendo relaciones con el Lliure no es una buena noticia para este teatro ni para su público. Todos perdemos.

Una tercera reflexión. Si fuera cierto, como Pasqual apuntaba el domingo en una entrevista exclusiva con La Vanguardia, que el clima político ha propiciado en parte su salida, el caso sería aún más preocupant­e de lo que ya es. Todos conocemos los efectos divisorios y económicos del procés en la sociedad catalana. Pero si hubiera tenido además consecuenc­ias sobre uno de los máximos activos culturales del país estaríamos ante un suceso tan absurdo como descorazon­ador.

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