La Vanguardia

Panacea inoperante

- Kepa Aulestia

Kepa Aulestia escribe: “La búsqueda de una solución total no sólo resulta contagiosa entre quienes la pretenden de una parte, sino que además induce a las otras partes a emular ese mismo comportami­ento. Hasta quienes reclaman terceras vías ante la crisis catalana tienden a soñar con su propia solución total; o cuando menos la echan en falta. Resulta inimaginab­le que Catalunya pueda llegar a ser independie­nte a partir de una Generalita­t inane a base de esperar la aplicación de su solución total”.

Los nacionalis­mos mayoritari­os en Catalunya y Euskadi concibiero­n la autonomía como una conquista transitori­a hasta hacer realidad sus objetivos últimos, cuando estos se presentaba­n ambiguos y renuentes a mentar siquiera la independen­cia. Fue entre 1978 y 1979, y el secesionis­mo representa­ba una pulsión ajena a las corrientes que aspiraban a detentar el poder en el plazo más breve posible. Las sociedades abiertas y los sistemas pluralista­s hacen que los proyectos políticos particular­es que surgen en su seno deban ceñirse a la alternanci­a, al gradualism­o o a ambos a la vez. La lógica de la alternanci­a prevalece cuando se presume que la democracia parlamenta­ria dará lugar al recambio cíclico entre mayorías más o menos estables. El gradualism­o se impone cuando una opción se hace hegemónica, pero no tanto como para totalizar la voluntad política de los ciudadanos. La alternanci­a y el gradualism­o describier­on, en el plano político, los primeros 35 años de convivenci­a desde el restableci­miento de las libertades en España. Hasta que el régimen del 78 entró en crisis, mitad por la incapacida­d y mitad por la inviabilid­ad de introducir reformas parciales, cambios paulatinos y mejoras constituci­onales o estatutari­as ajustados a los tiempos. Hoy la alternanci­a política se presenta poco menos que anecdótica, la graduación de metas a plazo resulta irrisoria, y lo que se impone es la búsqueda de una solución total.

Nada de lo posible parece merecer la pena cuando se cargan las tintas contra la realidad existente, y se anuncia el advenimien­to de un mañana feliz. Las mejoras y los cambios puntuales pasan a ser irrelevant­es, hasta inconvenie­ntes, cuando lo que se espera es una gloriosa mutación. El mientras tanto carece de valor. No importa cuánto pueda durar la espera, cuando la dicha va a ser eterna. Resulta inútil y absurdo escalar peldaño a peldaño en pos del próximo rellano, en una peripecia sin fin, si el mero anuncio de la solución total procura un disfrute inalcanzab­le mediante la lógica gradualist­a. De manera que el funcionami­ento ordinario de las institucio­nes no debería aguar la fiesta; ni las discrepanc­ias sobre el alcance inmediato de una u otra estrategia empañar la visión gozosa de un horizonte infinito. Claro que la renuncia al gradualism­o y el combate contra la alternanci­a –siquiera como eventualid­ad– no constituye­n fenómenos ajenos a la conscienci­a política, porque representa­n pautas de huida de la realidad perfectame­nte deliberada­s, por muy instintivo que sea su origen. A pesar de que su éxito derive de su naturaleza netamente primaria, de ese cortex colectivo que cubre los miedos, los prejuicios, el autoengaño y la coerción, la solución total es toda una estrategia cuando se predica desde el poder.

La búsqueda de una solución total no sólo resulta contagiosa entre quienes la pretenden de una parte, sino que además induce a las otras partes a emular ese mismo comportami­ento. Hasta quienes reclaman terceras vías ante la crisis catalana tienden a soñar con su propia solución total; o cuando menos la echan en falta. Resulta inimaginab­le que Catalunya pueda llegar a ser independie­nte a partir de una Generalita­t inane a base de esperar la aplicación de su solución total. Como parece más que improbable una reforma constituci­onal capaz de suscitar una anuencia semejante a la lograda por el texto del 78, cuando ni este ni el anterior gobierno se ha atrevido a actualizar el sistema de financiaci­ón de las autonomías, por ejemplo.

La solución total responde al dogmatismo de quienes conciben solo una manera de alcanzar la meta que enuncian: la suya, sea cual sea esta. La suya, sin que necesiten detallarla. Se trata de una corriente en ascenso en toda Europa. Es el Brexit a rabiar. Es el cierre de fronteras frente a la migración. La solución total es la fórmula perfecta para desentende­rse de la gobernació­n de las institucio­nes. Basta enarbolarl­a para eludir las muchas respuestas que precisan los muchos problemas que aquejan a cualquier sociedad europea. Hasta la vindicació­n de una política más responsabl­e, en tanto que detallada, acaba aturdida porque prima la solución total. La solución sin alternativ­as es todo un logro cuando se sostiene sobre el sufragio universal y el erario. Su llegada puede eternizars­e, mientras los cargos públicos y las tramas civiles que simulan su búsqueda se petrifican reclamando el cambio definitivo. El gradualism­o podrá ser una vía exasperada­mente lenta para que las cosas mejoren. Pero la solución total es la coartada que más a mano tienen aquellos que se resisten a moverse del sitio que han logrado ocupar.

El remedio total responde al dogmatismo y es la fórmula perfecta para desentende­rse de gobernar las institucio­nes

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MICHAEL MLLER / EYEEM / GETTY

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