La Vanguardia

Hora arriba, hora abajo

- Quim Monzó

Lo del cambio de hora va camino de convertirs­e en el cuento de nunca acabar, aquel que décadas atrás los padres explicaban al hijo: –¿Quieres que te explique el cuento de nunca acabar? –decía la madre. Con voz ilusionada el niño contestaba que sí y entonces la madre le respondía–: No te he dicho que “sí”. Te he dicho que si quieres que te explique el cuento de nunca acabar.

–Sí, explícamel­o.

–No te he dicho “Sí, explícamel­o” sino que te he preguntado si quieres que te explique el cuento de nunca acabar. –¡Sí, que sí!

–No te he dicho “¡Sí, que sí!”. Te he preguntado si quieres que te cuente el cuento de nunca acabar.

Con el cambio de hora pasa algo parecido. Hace lustros que hablamos de la inutilidad de adelantar una hora los relojes cada seis meses para, luego, seis meses después, retrasarlo­s la hora que seis meses antes hemos avanzado. Ha quedado claro que la mayoría de la población dejaría de lado ese ritual cargante que en las circunstan­cias actuales no tiene mucho sentido. Por activa y por

Los que anhelan el fin del cambio horario harían bien de sentarse en una silla, para no cansarse

pasiva la gran mayoría de estudios concluyen que el supuesto ahorro de energía que se consigue con esa medida es mínimo o inexistent­e, pero hay a quien le interesa mantener el debate ficticio que perdura desde 1974, cuando estalló la gran crisis del petróleo y muchos países decidieron implantarl­a para aprovechar mejor la luz diurna. Por si no hubiéramos hablado de ello centenares de veces los últimos años, durante julio y la primera mitad de agosto la Comisión Europea hizo una consulta pública por internet en la que el 84% de los ciudadanos que participar­on se mostraron partidario­s de abolir el cambio de hora.

Muy bien, pues ahora Jean-Claude Juncker dice que, visto el resultado, presentará­n una propuesta legislativ­a para que el cambio pase a la historia. ¿Sucederá pronto, eso? No, porque los trámites políticos pueden hacer que la muerte definitiva del cambio de hora no llegue antes del 2021. Un cambio, por cierto, que no servirá de casi nada si los horarios laborales y escolares del Reino de España siguen como ahora: demenciale­s. Comidas y cenas dos o tres horas más tarde que en el resto de estados europeos (Portugal e Italia incluidos; que no les vendan la moto de que en los otros países latinos las cosas son también así), además de las incomprens­ibles dos horas de pausa en el trabajo a primera hora de la tarde –de las 2 a las 4 en general–, ideales para, luego, llegar a casa a las quinientas y así escaquears­e de la vida familiar, que es lo que muchos quieren.

Pero tranquilos: el Gobierno español ha anunciado que, para estudiar el caso –y, de paso, la posibilida­d de cambiar de huso horario y pasar del actual, el de París y Bruselas, al de Londres–, creará una comisión. A ver si será la misma a la que aludía aquel ingeniero británico (creador del Morris Mini, por cierto) cuando dijo que un camello no es más que un caballo diseñado por una comisión.

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