La Vanguardia

Augurios

- Pilar Rahola

Ni buenos, ni malos augurios, que ambos dos adjetivos sirven para el otoño que se avecina, modelados en función del optimismo de cada cual. Los unos dirán que, a pesar de los pesares, se ha abierto un hueco para el diálogo y la política, y que eso es más de lo que teníamos hace apenas nada. Los otros recordarán lo inmutable de los hechos, a pesar de las buenas palabras, y tenderán a considerar el susodicho diálogo, un fraude. Y los unos y los otros, en todos los pelajes, reconocerá­n que la madeja catalana está tan liada como siempre y que no hay tejedor en el horizonte que sepa desliarla.

No hay duda: el otoño español hablará catalán, y será un catalán de verbo fuerte, tanto si se conjuga en castellano mesetario, como en acento del Bages. La prueba es la entrevista de ayer mismo con Pedro Sánchez en la Ser, o las tres mil cuatro cientos veinticinc­o que dio Rivera, o la verborrea incansable de Casado, convertido en el Roberto Alcázar de la era moderna. Sea como sea, y aunque la crisis económica dispare las alarmas, la momia de Franco despierte los sueños húmedos de la carcunda eterna y la marca hispana se haya ido por el retrete de sus miserias, lo único que preocupa a los partidos españoles es el infatigabl­e reto catalán. Y sobre, con, desde y por Catalunya se dirá y se hablará todo, convertida

No se atisban buenas noticias de la fiscal progre puesta por el Gobierno progre para hacer lo progre

la cuestión catalana en el epicentro de la convulsión política. Siendo este el eje, y sin que nadie pueda hacer futurologí­a con un mínimo de rigor, sólo cabe poner las piezas en el tablero para adivinar hacia dónde va la partida. ¿En qué punto estamos más allá de toda ingenuidad?

De entrada, en la nula voluntad de resolver la cuestión por la única vía lógica con que se resuelven los conflictos territoria­les en las democracia­s modernas: con las urnas. Que Pedro Sánchez nos salga ahora con el caramelo rancio de un referéndum de autogobier­no es algo tan surrealist­a que sólo cabe interpreta­rlo en términos de verborrea circunstan­cial. Primero, porque ya hicimos la cosa cuando paseamos el Estatut en todos los parlamento­s y, justamente, lo refrendamo­s en las urnas. Esa pantalla está pasada y ganada con mérito. Después llegó el Argamedón y ahora estamos en la fase posthecato­mbe, muy lejana de aquellos tiempos en los que nos peleábamos por migajitas de autogobier­no. Además, si Sánchez no está por la labor, instalado en el deporte de marear la perdiz, los otros han sacado la espada del Mio Cid y están a la caza desatada de lazos, indepes y herejes de la fe española. No se atisba en el relato español ni una simple adversativ­a que quiera resolver por la vía democrátic­a, la cuestión democrátic­a de Catalunya. De manera que, por ahí, el plazo que pide Junqueras para la república debe ser de dimensión bíblica. Y si no hay matiz al que agarrarse, ahí están los jueces a punto de perpetrar una aberración jurídica para castigar el grave delito de haber puesto las urnas. No se esperan buenas noticias de la fiscal progre que ha puesto el Gobierno progre para hacer las cosas a lo progre. Sólo cabe añadir el compromiso que hoy ratificará el president Torra con el mandato del 1 de octubre para entender que vienen tiempos revueltos.

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