La guerra de los lazos
Agosto ha terminado. Y septiembre llega acompañado de una intensificación de “la guerra de los lazos”. Unos los ponen; otros los sacan. Los medios se encargan de darle trascendencia y los titulares destacan cualquier incidente que ponga de manifiesto el ejercicio de una cierta violencia entre unos y otros. La guerra de los lazos domina el debate, pero esta no es la cuestión. Lo que los lazos ponen de manifiesto es que ya no se puede negar que nuestra sociedad está tensamente confrontada; serán minorías, radicalizadas y poco representativas, pero la sociedad –ya no debería discutirse– está fracturada, dividida, confrontada. Es absurdo quererlo negar.
¿Y esto es bueno? No. Sobre las causas hay legítimas discrepancias; sobre las consecuencias no debería de haber. Es malo para nuestra sociedad que un espíritu de división se instale en el quehacer de cada día. No es una cuestión ni de solidaridad, ni de libertad de expresión; es malo para la convivencia que Catalunya viva dividida en dos bloques, cada vez más tensos y confusos. Así no se construye un proyecto colectivo de futuro.
Bloques que reúnen ingredientes heterogéneos. Gente no independentista que quiere la libertad de los que están en la cárcel; gente independentista que no le gustan los lazos; gente que en el debate sobre la libertad de expresión le gusta no tener que expresarse como lo están haciendo los que se dedican a sacar y poner lazos; gente que lo que buscan es provocar más tensión para sacar provecho para su propia posición.
Mucha gente diversa y heterogénea involucrada en una guerra que, aunque sea de lazos, no les gusta.
A menudo, en la historia encontramos muchos ejemplos, las guerras de símbolos secuestran el auténtico debate de fondo.
Los símbolos son movilizadores; es un lenguaje fácil y simple, pero a la larga tienden a magnificarse y llegan a identificar de tal manera la reivindicación que los origina que todo el mensaje se concentra en la voluntad de exhibir el símbolo, confrontándolo con cualquier otro símbolo que represente o quiera representar un sentimiento discrepante.
¡Cuidado con la guerra de los lazos! Dejemos que el pluralismo necesario, no choque de frente con el simplismo del blanco o negro. Así no se incrementa la base de ningún movimiento; quizás se le hace más beligerante, más radical, pero también excluyente, aislador, divisor. No perjudica las buenas causas el hecho de defenderlas desde el respeto al discrepante. Muy al contrario, sólo desde este respeto se consigue integrar.
Y ahora hay que definir un proyecto que sume, despojándolo de retóricas agresivas y propuestas precipitadas. Sumar para conseguir más. Y esto no es fácil, ciertamente. Pero podría tener un buen final.
¡Ahora, ni tan solo la guerra de los lazos sabemos cómo acabará!
Obviamente, del diálogo no resultará nada que desborde las líneas rojas de la legalidad constitucional.
El presidente del Gobierno español no lo hará ni lo puede hacer. Pero el diálogo puede tener otras consecuencias; otros resultados que pueden mejorar y fortalecer el autogobierno.
Este es el escenario y, en todo caso, el objetivo posible. Esta es la cuestión, no la guerra de los lazos.
Es malo para la convivencia que Catalunya viva dividida en dos bloques, cada vez más tensos ; así no
se construye un proyecto colectivo
de futuro