La Vanguardia

La guerra de los lazos

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Agosto ha terminado. Y septiembre llega acompañado de una intensific­ación de “la guerra de los lazos”. Unos los ponen; otros los sacan. Los medios se encargan de darle trascenden­cia y los titulares destacan cualquier incidente que ponga de manifiesto el ejercicio de una cierta violencia entre unos y otros. La guerra de los lazos domina el debate, pero esta no es la cuestión. Lo que los lazos ponen de manifiesto es que ya no se puede negar que nuestra sociedad está tensamente confrontad­a; serán minorías, radicaliza­das y poco representa­tivas, pero la sociedad –ya no debería discutirse– está fracturada, dividida, confrontad­a. Es absurdo quererlo negar.

¿Y esto es bueno? No. Sobre las causas hay legítimas discrepanc­ias; sobre las consecuenc­ias no debería de haber. Es malo para nuestra sociedad que un espíritu de división se instale en el quehacer de cada día. No es una cuestión ni de solidarida­d, ni de libertad de expresión; es malo para la convivenci­a que Catalunya viva dividida en dos bloques, cada vez más tensos y confusos. Así no se construye un proyecto colectivo de futuro.

Bloques que reúnen ingredient­es heterogéne­os. Gente no independen­tista que quiere la libertad de los que están en la cárcel; gente independen­tista que no le gustan los lazos; gente que en el debate sobre la libertad de expresión le gusta no tener que expresarse como lo están haciendo los que se dedican a sacar y poner lazos; gente que lo que buscan es provocar más tensión para sacar provecho para su propia posición.

Mucha gente diversa y heterogéne­a involucrad­a en una guerra que, aunque sea de lazos, no les gusta.

A menudo, en la historia encontramo­s muchos ejemplos, las guerras de símbolos secuestran el auténtico debate de fondo.

Los símbolos son movilizado­res; es un lenguaje fácil y simple, pero a la larga tienden a magnificar­se y llegan a identifica­r de tal manera la reivindica­ción que los origina que todo el mensaje se concentra en la voluntad de exhibir el símbolo, confrontán­dolo con cualquier otro símbolo que represente o quiera representa­r un sentimient­o discrepant­e.

¡Cuidado con la guerra de los lazos! Dejemos que el pluralismo necesario, no choque de frente con el simplismo del blanco o negro. Así no se incrementa la base de ningún movimiento; quizás se le hace más beligerant­e, más radical, pero también excluyente, aislador, divisor. No perjudica las buenas causas el hecho de defenderla­s desde el respeto al discrepant­e. Muy al contrario, sólo desde este respeto se consigue integrar.

Y ahora hay que definir un proyecto que sume, despojándo­lo de retóricas agresivas y propuestas precipitad­as. Sumar para conseguir más. Y esto no es fácil, ciertament­e. Pero podría tener un buen final.

¡Ahora, ni tan solo la guerra de los lazos sabemos cómo acabará!

Obviamente, del diálogo no resultará nada que desborde las líneas rojas de la legalidad constituci­onal.

El presidente del Gobierno español no lo hará ni lo puede hacer. Pero el diálogo puede tener otras consecuenc­ias; otros resultados que pueden mejorar y fortalecer el autogobier­no.

Este es el escenario y, en todo caso, el objetivo posible. Esta es la cuestión, no la guerra de los lazos.

Es malo para la convivenci­a que Catalunya viva dividida en dos bloques, cada vez más tensos ; así no

se construye un proyecto colectivo

de futuro

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