Concordia por ley
Si Pablo Casado quería un titular, ciertamente lo ganó. Y lo ganó con juvenil osadía al anunciar una ley de Concordia que el Partido Popular promoverá, aunque ignoro si desde la oposición o cuando recupere el poder. Al señor Casado le gusta la palabra concordia , lo cual no es mal gusto estando como está este país. Le agrada casi tanto como la palabra república al señor Torra; casi tanto como la palabra diálogo al señor Sánchez; casi tanto como el concepto conflicto social al señor Rivera. Le gusta tanto, que la incorporó a sus discursos, bautiza con ella a la Fundación del PP, la hace el centro de su oferta política, la asume como la herencia de Suárez y, cómo no, pretende darle categoría de norma jurídica. Casualmente, al mismo tiempo que declara la guerra a todo lo que no es Partido Popular: el populismo, el nacionalismo y la izquierda. La concordia del señor Casado es, por tanto, una filosofía política para y sobre el pasado, igual que la memoria histórica, porque para el presente y el futuro inmediato anuncia una gran hostilidad.
La intención de la iniciativa sería buena, si no fuese porque cae en el mismo pecado que el presidente del PP trata de combatir: la obsesión de los políticos actuales por revisar la historia, en unos casos para denostar el espíritu conciliador de la transición, y en otros para volverlo a santificar. Y cae también en un error habitual de casi todos los dirigentes: creer que los grandes problemas nacionales se resuelven con leyes, como si las leyes tuviesen un efecto taumatúrgico sobre el presente y lo más llamativo: también sobre la interpretación de la historia. A partir de este momento, al tenso debate político, a la inquietante división sobre Catalunya o a la confrontación que veremos por una política económica pactada con Podemos, se añade la contienda por la bandera de la concordia y la doliente memoria, con Franco y el Valle de los Caídos como fondo.
Espero, a todo esto, que el nuevo e impetuoso Partido Popular no pretenda ordenar y regular la concordia por ley. Si la concordia se pudiera decretar, estaríamos a punto de inaugurar el mundo feliz. Y el señor Casado sería su imaginativo constructor.