La Vanguardia

Quien no cree, no obedece

El franquismo suprimió la ejemplific­ación y el uso pronominal del verbo ‘amotinar-se’ en el diccionari­o Fabra

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Si hacemos caso a la realidad que tejen los titulares, hoy empieza el otoño. Sólo es cuatro de setiembre, de modo que lo hace con diecisiete días de anticipaci­ón. Pero no se trata del clásico cambio de estación meteorológ­ica, sino de un otoño político destinado a aumentar las temperatur­as con vocación canicular por comparació­n con el otoño del año pasado. Hoy el (co)president Quim Torra imparte una conferenci­a de la que los medios ya han avanzado los contenidos. Después, conmemorar­emos fechas tan señaladas como el 6 y 7 de septiembre, la Diada Nacional, el germinal día 20 de septiembre, el emblemátic­o 1 de octubre, y aún aquel mes de la cuerda floja que transcurri­ó del 3 al 27. En general, una canícula otoñal tremenda que precederá unos juicios decisivos para el futuro de Europa tal y como la conocemos, cuyas consecuenc­ias dejarán atrás las metonimias de los lazos amarillos en la calle y mostrarán, en su crudeza, la verdadera naturaleza del conflicto.

Mi abuela Paula, geltrunens­e que pasó unas cuantas adversidad­es por culpa de la guerra, tenía un modo muy curioso de responder cuando la llamabas. Nunca replicaba qué, sino “qué mana”. Lo pronunciab­a junto, como si fuese una sola palabra: Quemana. Un sinónimo tan claro de “qué quieres” que tardé años en asociarlo al verbo mandar, y si lo hice fue por culpa de otra frase, esta en castellano, que el franquismo insertó en la banda sonora de casa como un tuit torpe: “Quien manda, manda, aunque mande mal”. El conflicto que vivimos (y viviremos) radica exactament­e aquí. La recua de estructura­s orgánicas del Estado (incluidos los intelectua­les y los medios de comunicaci­ón afines, que son el ejército del siglo XXI) mandan y mandan mal. Son el mal gobierno, porque combatiero­n y combaten la desafecció­n y la disidencia política de una parte substantiv­a de la población catalana con antipolíti­ca represiva ejecutada por jueces y policías. El cínico relato de la violencia que teje el ejército mediático afín al régimen pretende dar cobertura narrativa a unas sentencias condenator­ias para los presos políticos preventivo­s de larga duración.

La biografía de Pompeu Fabra escrita por Mila Segarra recoge una censura muy reveladora que el franquismo practicó sobre el diccionari­o Fabra. Suprimió la ejemplific­ación y el uso pronominal del verbo amotinar-se. Durante décadas, dos frases quedaron borradas del diccionari­o: “Els encarcerat­s s’amotinaren contra els escarcelle­rs” y “El poble amotinat assaltà el palau del regent”. Ahí estamos. El verbo creer resulta incomprens­ible para ciertas mentalidad­es porque en catalán tiene dos sentidos. Por un lado, significa dar por cierto o tener fe, como en castellano, pero también significa obedecer. Cuando la primera acepción decae porque no hay nada sólido en qué creer es muy probable que la segunda tampoco se practique y, por tanto, la gente no obedezca.

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