La Vanguardia

¿Y si confiscar el smartphone por la noche fuera un alivio?

- JOSÉ R. UBIETO

Edouard Philippe, primer ministro de Francia, visita un liceo, donde el uso del móvil está regulado y, mientras se pasea por el patio, todos los alumnos lo fotografía­n para luego enseñarlo a sus amigos o familiares. Ningún docente ve nada raro ni exige retirar los aparatos. Esta anécdota muestra todas las contradicc­iones que implica una medida legal como la que ha tomado la Asamblea Francesa. Por un lado, queremos regular la interferen­cia de lo digital en la educación –voluntad loable y necesaria– pero, por otra, no renunciamo­s a la satisfacci­ón que proporcion­a la mirada y ese “dar a ver” constante que supone la realidad digital (selfies, Instagram, Facebook), donde mostrar es existir. Al mismo tiempo, el ejemplo pone de manifiesto la dificultad de una prohibició­n radical que contradice otros preceptos legales como el derecho a la propiedad o a la intimidad. Y todo eso sin descartar que algunos padres, advertidos por los medios de la llegada del político a su instituto, hayan enviado cientos de mensajes a sus hijos para que se hagan una selfie con ellos.

¿Hay que optar entonces por el laissez faire o confiar en la autorregul­ación de los propios alumnos? No parece que eso sea una buena medida porque las exigencias de la pulsión escópica, ese empuje a mirar y ser mirado que nos invita al touch permanente (se calcula que tocamos el móvil unas 150 veces al día como media), no se dejan regular fácilmente. Quizás la mejor fórmula –ya usada en algunos centros– consiste en combinar dos cosas. Por un lado introducir medidas que acoten el tiempo y los espacios de uso. Eso implica algunas normas claras, la posibilida­d de guardarlos un tiempo lejos del alcance y las sanciones razonables cuando esto se incumpla. Por otra, aprovechar las “virtudes” del dispositiv­o para integrarlo a los aprendizaj­es (calculador­a, cronometro, informació­n, creación).

Judicializ­ar la vida cotidiana pretende hacernos olvidar que una parte de la función que cumplía la familia, y la jerarquía patriarcal que la sostenía, ha sido desplazada a estos nuevos aparatos más horizontal­es y en conexión permanente. Hoy la incidencia del móvil en la vida de los niños y adolescent­es es cada día más importante. No sólo en la escuela, sino en la vida familiar y social. Muchas discusione­s familiares tienen ya como centro las horas de uso del móvil (y otras pantallas) y el rechazo a dejarlo cuando se lo piden. El tiempo de sueño ha disminuido por la conexión non stop que permiten estos aparatos y fenómenos como las apuestas online o ciertos abusos (ciberacoso, sexting ,g rooming, sexpreadin­g) van en aumento.

Ahí está la decisión del elitista colegio británico Eton de confiscar los móviles a sus alumnos de primer año (13-14 años) por las noches para alejarlos de la presión de las redes sociales y mejorar el sueño. La mayoría, según su director, han acatado la norma sin quejas y agradecen que se les libere de la presión de leer y contestar a los mensajes durante la noche. Sacarse de encima esa voz y esa imagen, que se presentan a veces como imperativo­s muy exigentes, parece que alivia al sujeto. El experiment­o Eton y también la propuesta de ley francesa, aunque sean de difícil aplicación, tienen al menos la virtud de suscitar un debate que nos alcanza de lleno y que nos convoca a tomar posición como adultos.

La pulsión de mirar el móvil de forma constante no se deja regular fácilmente

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