La política y el riesgo
En el 2000, François Ewald y Denis Kessler publicaron en Le debat uno de aquellos artículos que iluminan a los lectores como los pescadores que usan luces para atraer las sardinas que quieren atrapar. Se titulaba Les noces du risque et de la politique, buscaba persuadir a los peces que lo leyeran de las virtudes de vivir peligrosamente y es, sin duda, la principal contribución del mundo de los seguros a la historia de la teoría política. Los años anteriores a su aparición, el discurso sobre la sociedad del riesgo se había convertido, sobre todo de la mano de Ulrich Beck y Anthony Giddens y de las pezuñas de las “vacas locas”, en una moda académica. A la sombra de esta moda, Kessler, que entonces era presidente de la Federación Francesa de Sociedades de Seguros, y Ewald, que asesoraba esta federación y había sido asistente de Michel Foucault en el Collège de France, pensaron que había llegado la hora de que el concepto de riesgo trascendiera definitivamente la geografía de las pólizas.
En general, durante el siglo XX, la noción de riesgo sólo cruzaba la frontera de las pólizas cuando se quería señalar el mérito específico (la asunción de riesgos) que justificaba los beneficios de los empresarios, que se la jugaban y rehuían la seguridad de un salario. O cuando se hablaba de la seguridad social como producto de la transferencia al Estado del bienestar de los riesgos (accidentes, enfermedades, paro, vejez) que podían afectar a los ciudadanos.
Kessler y Ewald proponían pensar el riesgo como una virtud cardinal que se tenía que extender a toda la población y mantenían que la mejor manera de promoverla era precisamente que el Estado dejara de ocuparse de los riesgos con políticas que desresponsabilizaban a la ciudadanía. No resulta extraño que este discurso fuera promovido por las compañías aseguradoras que podían beneficiarse del desguace del Estado del bienestar y la nueva gestión de las incertidumbres. Ni tampoco que pronto lo asumiera el MEDEF, la gran patronal de Francia, que veía en la retórica de la emprendeduría universal el caballo de Troya que podía abrir las puertas de las murallas del Estado a las políticas neoliberales.
Gracias a Kessler y Ewald, y también a ErnestAntoine Seillière, que entonces era el presidente del Medef, el concepto de riesgo se convirtió en el valor de los valores y en la piedra angular de una nueva política pensada a partir de la distinción entre riscófilos y riscófobos. La crisis económica que llegó años después fue el resultado de la victoria de la riscofília neoliberal que propugnaban este tipo de propuestas ideológicas. El siglo XXI nació bajo el signo de las bodas del riesgo y la política. La crisis política de Catalunya también tiene mucho que ver con este matrimonio y con la transferencia a un proyecto político de los hábitos mentales y de la irresponsabilidad organizada característicos de la cultura del pelotazo y las burbujas. Por ello, resulta poético que, en el país de Pitarra, en este momento grave, el presidente de la Generalitat provenga, como la apología del riesgo, del mundo de los seguros.
Resulta poético que el presidente de la Generalitat provenga, como la apología del riesgo, del mundo de los seguros