La Vanguardia

Máximas decimonóni­cas

Aparecen los ‘consejos masculinos’ que el poeta publicó con seudónimo

- XAVI AYÉN Barcelona

Bajo el pseudónimo de Mose Velsor –su apellido materno–, el gran poeta Walt Whitman (1819-1892), el inmortal autor de Hojas de hierba, escribió, en las páginas de The New York Atlas, una serie de trece columnas periodísti­cas destinadas a orientar a los hombres.

En plena crisis de la masculinid­ad, una voz clarividen­te nos llega desde el siglo XIX. Agazapado bajo el seudónimo de Mose Velsor –su apellido materno– el gran poeta Walt Whitman (1819-1892), el inmortal autor de Hojas de hierba, escribió, en las páginas de The New York Atlas, una serie de trece columnas periodísti­cas destinadas a orientar al hombre, tanto en lo físico como en lo mental, con frases cortas y un estilo enérgico, a caballo entre el eslogan y la máxima, similar a los manuales de autoayuda actuales. “A ti –clama Whitman–, oficinista, hombre de letras, persona sedentaria, hombre de fortuna, ocioso, te digo... ¡Levántate!”.

La identidad del autor de estos consejos –publicados en 1858–permaneció en secreto durante 158 años... hasta que un ratón de biblioteca virtual, el doctor en literatura inglesa por la Universida­d de Houston Zachary Turpin, navegando por el archivo digital Walt Whitman (https://whitmanarc­hive.org/) encontró –e identificó– en el 2016 los textos que ahora Nórdica acaba de editar en forma de libro, Guía para la salud y el entrenamie­nto masculinos, con la firma ya desenmasca­rada de su autor e ilustracio­nes actuales del surfista california­no Matthew Allen, cuyo estilo convierte este manual decimonóni­co en una obra hipster (hasta contiene un capítulo dedicado a la defensa de la barba). Turpin también realizó otro hallazgo: la novela Vida y aventuras de Jack Engle, aparecida por entregas en 1852, y que publicaron el año pasado Funambulis­ta, Jot Down y Ediciones del Viento.

La guía whitmanian­a no tiene desperdici­o, se divide en capítulos temáticos y dibuja un ideal de hombre alegre, deportista y vital donde el cuidado físico es más importante que el cultural. Es la buena forma la que genera virtudes morales como la bondad. “Una ambición que se debería tener a toda costa –dice– es el deseo y la determinac­ión de conseguir un cuerpo sano y depurado, ser un hombre vigoroso, activo, musculoso y atractivo –sí, atractivo–, pues no es casual que en toda la especie humana exista el deseo universal de que el cuerpo no solo debería estar sano, sino también tener buen aspecto”. Así, “el primer requisito para un hombre joven es encontrars­e sano y fuerte, y a partir de ese único principio será más apto para volverse bueno, íntegro, amable y respetuoso de sí mismo”.

En ocasiones, llega a una concre-

ción enorme. Indica, por ejemplo, cuál es la mejor postura para caminar –“con la cabeza erguida y el pecho expandido”–, las horas de sueño y la dieta más adecuadas (tal vez pone demasiada ternera), recomienda ejercicios concretos (golpear sacos de arena o jugar al béisbol, pero también boxear o bailar), baños de agua fría... Loa las relaciones de amistad, a las que pide dedicar mucho tiempo. En cuanto a la ropa, exige calzado hecho a medida

y no hacer caso a la moda porque “nadie puede servir a la vez a esos dos amos: la frívola moda y la consecució­n de un físico sano y robusto”.

Su combate contra el pesimismo es firme: “Las tormentas, el frío, la intemperie, el mar, los peligros, los enemigos, la guerra... estas cosas, y otras parecidas, en vez de inspirar terror a los espíritus superiores y más firmes les provocan una especie de placer fiero y varonil”.

Para entrenar la voz, recomienda

“a todo hombre joven que seleccione algunos de sus poemas favoritos (...) y se acostumbre a declamarlo­s en cualquier ocasión que se preste, sobre todo cuando se encuentre al aire libre, sobre el agua, a la orilla del mar o deambuland­o por las colinas de su comarca. Que no le dé vergüenza o reparo hacerlo, sino que se lance a ello con ganas”.

Algunas partes han caducado más que otras. Así, critica que se haga caso a los médicos o lamenta que haya hombres “que se agitan de continuo entre mujeres”, lo que los convierte en “no aptos para engendrar hijos sanos y varoniles”.

Frente a la encendida exaltación de la juventud y el físico, matiza, al final, que “tus años de madurez deberían ser los de tu mejor apariencia, y si te lo propones, pueden serlo. Entonces todo se ha asentado y madurado, y sin duda la flor o fruta en sazón no es menos hermosa o grata que en cualquier otra fase”, por lo que hay mayores “que destacan en su plenitud y perfección hasta rivalizar y equiparars­e completame­nte con los mejores y más apuestos ejemplares de la primera juventud, ¡y que de hecho los superan!”.

Puestos a caer en la autoayuda, en fin, qué mejor coach que Whitman. Habrá lectores contagiado­s por el entusiasmo de su prosa que tal vez sigan al pie de la letra sus consejos y se hagan con un megáfono para cantarle sus propios versos desde lo alto de una montaña: “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!...”.

“El primer requisito para un joven es estar sano y fuerte, y a partir de ahí será más apto para volverse bueno”

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LIBRARY OF CONGRESS / GETTY Walt Whitman, en un retrato de vejez

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