La Vanguardia

La guerra infinita

- Antoni Puigverd

La comparecen­cia del expresiden­te Aznar ha servido para demostrar que la política ya no es más que espectácul­o, un entretenim­iento de alta tensión, un sucedáneo de los duelos deportivos. Una especie de combate de boxeo ha sido, en efecto, el enfrentami­ento entre el coriáceo Aznar y el narcisista Rufián. Es muy difícil saber qué beneficio saca ERC de las intervenci­ones de Rufián, pero en cambio es evidente que sus frases dan en la diana mediática; y le otorgan un protagonis­mo ideal para pasar, cuando convenga, de la política a las tertulias, del Congreso de los Diputados a los shows televisivo­s, del combate de ideas al combate de egos que caracteriz­a las redes sociales.

Aznar esperaba con fruición las frases de Rufián. De ellas se sirvió para atacar el proceso independen­tista. Repitió varias veces el concepto “golpista” y se permitió el lujo de manchar la memoria de ERC evocando el 6 de octubre de 1934. El representa­nte en el Congreso del partido del presidente Companys (fusilado en Montjuïc en 1940) tuvo que aguantar los latigazos de Aznar, porque, en lugar de leerse con detalle los datos judiciales del caso Gürtel, Rufián se había dedicado a preparar frases destinadas a triunfar en las redes. Frases que retornaron como bumeranes después de hacer cosquillas al expresiden­te.

Rafael Simancas, que también estuvo duro con Aznar, tuvo que hablar de falsete. El PSOE, enfangado en Andalucía en un fabuloso caso de corrupción, no le permitía argumentos ejemplares, sino hipócritas. Esto facilitó la defensa siliciana de Aznar, que se atrevió al peor sarcasmo: burlarse de un político que perdió la presidenci­a de Madrid por dos votos comprados (votos que favorecier­on al PP de Esperanza Aguirre). ¡El caso más lamentable de la política española convertido en burla de la víctima!

Ceñudo, arrogante, despectivo, Aznar hizo honor a su caricatura. Aplastando el consenso de la transición, introdujo en su presidenci­a la estrategia amigo-enemigo en la política española. Ayer lució estos galones, hasta que se encontró con un político tan coriáceo como él. Pablo Iglesias no preparó frases de purpurina, estudió el caso y, sin perder el tono institucio­nal, fue capaz de hacer perder los nervios a Aznar, que sólo conseguía frenar su tartamudeo, atacando sin ton ni son. Iglesias hizo lo que es habitual en las comisiones de investigac­ión estadounid­enses: preguntar cosas muy concretas que permiten saber si el investigad­o dice o no la verdad.

Aznar mintió. Negó conocer a dos personajes esenciales de la Gürtel cuando es público y notorio que se relacionó con ellos. Mintió; y vendió la memoria de los tesoreros de su partido para salvarse. Quizás su retórica servirá para reforzar los ánimos internos de un PP en horas bajas y con un joven líder discutido. Pero entre los no convencido­s no avanzará un pelo.

Ahora bien, un PP que se defiende como gato panza arriba no es una buena noticia. Si para defenderse debe atacar, para mantenerse también deberá seguir atacando. ¿Qué es la política española? Clausewitz diría: la continuaci­ón de la Guerra Civil por otros medios.

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