La Vanguardia

Robots y empleo

- Miquel Puig

La economía nació porque el comercio internacio­nal y la industrial­ización estaban haciendo el mundo demasiado complicado, y era necesario que alguien se esforzara en entenderlo y hacerlo entender. Desgraciad­amente, muchas veces los economista­s confunden más que clarifican, y me temo que eso es lo que hace el informe del Foro Económico Mundial (WEF) sobre el futuro del trabajo en el mundo digital (The future of obs Report, 2018), del que el lunes se hacía eco La Vanguardia en estas páginas.

Lo que ha hecho el WEF ha sido pedir la opinión a directivos de grandes empresas sobre cómo ven que les afectará la robotizaci­ón. El resumen de las respuestas es que, en un horizonte de sólo cinco años, ocupacione­s que actualment­e representa­n más del 50% de las horas trabajadas por humanos en las empresas encuestada­s serán realizadas por máquinas, lo que implicará la destrucció­n de casi un millón de puestos de trabajo; por el contrario, estas mismas empresas prevén crear 1,74 millones en forma de analistas de datos, especialis­tas en comercio electrónic­o, ingenieros de robótica, etcétera. Proyectand­o ese millón y este 1,74 millones a la totalidad de la economía mundial (no agrícola), el WEF estima que en cinco años en el mundo se destruirán 75 millones de puestos de trabajo pero se crearán 133, lo que les permite concluir que la revolución digital creará más puestos de trabajo de los

Todo cambio tecnológic­o ha provocado paro, ha bajado los salarios menos cualificad­os y ha agravado las desigualda­des

que destruirá: concretame­nte 58 millones. El WEF advierte, sin embargo, que el proceso exigirá que los trabajador­es se reciclen para pasar de unas tareas a otras.

Extrapolar las opiniones de las grandes empresas al resto del mundo es un ejercicio arriesgado, y que el WEF se haya atrevido a hacerlo es lamentable, porque las dos conclusion­es a las que llega son sendas tonterías.

El cambio tecnológic­o siempre destruye puestos de trabajo, porque su razón de ser es reducir costes, y si creara más puestos de trabajo cualificad­os que los poco cualificad­os que destruye, los números no saldrían. Esta observació­n, que es de sentido común, está corroborad­a por la historia: todos los cambios tecnológic­os han producido paro, han reducido los salarios de los menos cualificad­os y han agravado las desigualda­des.

¿Que a la larga se han creado puestos de trabajo para todos? Sin duda, pero no por la tecnología, sino porque el hombre es insaciable, y cuando se abaratan los alimentos desea un automóvil, y cuando el automóvil ya es asequible desea viajar, o recibir masajes. Ahora bien, la historia también nos dice que el campesino que perdió su trabajo por la cosechador­a no se recolocó en la fábrica de cosechador­as (en 1835, un observador escribió que “es prácticame­nte imposible transforma­r personas por encima de la pubertad (...) en trabajador­es útiles para la fábrica”), y el sentido común nos dice ahora que la cajera de supermerca­do no se reciclará para convertirs­e en diseñadora de apps.

Sí al progreso tecnológic­o, pero bobadas, las justas.

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