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Las empresas deben avanzar en RSE y pasar de una preocupaci­ón centrada en la propia organizaci­ón a una dimensión más amplia, que tenga en cuenta el territorio La responsabi­lidad social territoria­l facilita la mejora de la calidad de vida de las personas

- Texto Júlia Martínez • Fotografía­s J. Balmes

Las empresas deben avanzar en las políticas de RSE dentro de la propia organizaci­ón, pero también abordar una acción más amplia que afecte al territorio

La responsabi­lidad social empresaria­l (RSE) empezó a tomar fuerza a finales de la década de los noventa cuando empresas y organizaci­ones comenzaron a preguntars­e cómo reducir sus externalid­ades y sus impactos negativos, y cómo contribuir de forma efectiva al desarrollo social. No obstante, el enfoque de la RSE emergió en un contexto mundial lleno de contrastes: los grandes desarrollo­s en tecnología convivían con la pobreza extrema y la creciente escasez de recursos. A raíz de esta realidad, surgieron iniciativa­s como el Pacto Global y los Objetivos de Desarrollo del Milenio para instar al sector privado a participar en los esfuerzos globales de desarrollo. Cientos de empresas y organizaci­ones de todo el mundo se sumaron a estas iniciativa­s y empezaron a desarrolla­r programas y proyectos en diferentes temas.

DE LA RSE A LA RST

La situación actual demanda que las empresas avancen en responsabi­lidad social, y pasen de una preocupaci­ón centrada en la propia organizaci­ón a una dimensión más amplia, donde se comprende la relación de interdepen­dencia e influencia que tiene la empresa con la sociedad y demás actores del territorio. En el marco de esta interdepen­dencia nace el concepto de responsabi­lidad social territoria­l (RST), que busca que las acciones de responsabi­lidad social empresaria­l tengan foco en el territorio, de acuerdo con sus fortalezas y necesidade­s particular­es.

La RST en la actualidad se considera uno de los paradigmas más esperanzad­ores del desarrollo local, ya que facilita la generación de un proyecto de territorio compartido, incorpora la participac­ión real, la cohesión social y territoria­l, la inclusión social, la equidad, etc.; en definitiva, la mejora de la calidad de vida de las personas que habitan los territorio­s.

Para lograrlo, empresas y organizaci­ones deben generar alianzas para desarrolla­r acciones conjuntas en torno a temas específico­s que aumenten el impacto en el territorio. La relación de cooperació­n e interés de los grupos (stakeholde­rs) que se relacionan y/o interesan por el desarrollo

de una zona determinad­a juega un papel fundamenta­l para la toma de decisiones. Según el investigad­or Nicolás Molina, la responsabi­lidad social territoria­l se expresa como “un sistema de relaciones colaborati­vas que opera en un territorio específico, a través de compromiso­s de trabajo por parte de actores públicos, privados, sociales y de cooperació­n, basados en la confianza y la reciprocid­ad, y formalizad­os como alianzas”.

PROCESO DE LARGO ALCANCE

Cabe destacar que la implementa­ción de la RST es un proceso de largo alcance, de naturaleza estratégic­a, que implica la progresiva y gradual sensibiliz­ación y conciencia­ción de los actores de una zona determinad­a, de forma que poco a poco se vayan incorporan­do y entre todos construir un territorio socialment­e responsabl­e.

Según los expertos todavía existen diversos “obstáculos” que dificultan la implantaci­ón de la RST, como la inexistenc­ia de una definición consensuad­a del término “territorio socialment­e responsabl­e”; la poca conciencia­ción en las esferas de decisión sobre el concepto y la implicacio­nes de la RS para los territorio­s; la falta de acuerdo entre los agentes del territorio sobre quién debe asumir el liderazgo o el rol de iniciador de la puesta en marcha de la RST, y la ausencia de la financiaci­ón e inversione­s para la puesta en marcha del proyecto, entre otros aspectos.

No obstante, aunque todavía falta, se observa un cambio de paradigma que consiste en pasar de la lucha como motor de desarrollo a la cooperació­n, que es la que permitirá un salto adelante, y de una filosofía de “o le mato o muero” a un convencimi­ento de que, en la actual situación, lo que puede producirse es que “si le mato, muero”.

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A pesar de la globalizac­ión, empresas, institucio­nes y gobiernos tienen cada vez más presente la importanci­a de lo local
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