Marmotas y hámsters
La triunfal llegada de Shirley Valentine al teatro Goya de Barcelona plantea una pregunta sencilla pero inquietante: ¿estamos igual? Una pregunta que en tertulianés implicaría hablar de ruedas de hámsters y días de marmota, pero que comporta poner en crisis el progreso, una noción central del siglo pasado. ¿Puede ser que, en muchos ámbitos de la vida individual y colectiva, estemos igual que hace décadas? ¿No habíamos evolucionado tanto, en teoría? De hecho, la economía del mundo occidental se basa en la idea de progreso, y la constatación aritmética de crecimiento constante de lo contable (PIB, IPC, Dow Jones, demografía, esperanza de vida) contamina lo incontable (educación, intensidad de relaciones, convivencia, felicidad). En el ámbito contable, todo lo que no sea crecimiento es considerado un fracaso. La misma semana que una Mercè Arànega gigantesca revive a Shirley Valentine en Barcelona (Amparo Moreno ya lo hizo en la sala Villarroel en 1994, con gran éxito), el sector teatral hace público un descenso notable de espectadores y recaudación el año pasado. Pero en el ámbito incontable las cosas son más sutiles. Willy Russell estrenó esta comedia sobre la autodeterminación de una mujer cincuentona en 1986, impulsado por el éxito fulgurante de Educando a Rita (1980) y del musical Hermanos de sangre (1983). La obra llegó al cine tres años después y ahora que han pasado treinta y dos, una pregunta pertinente es: ¿resulta actual? Antes de responder, un crédito de síntesis: tenemos a un ama de casa cincuentona que habla con la pared de casa y toma vino antes de cocinar; tenemos a un marido rutinario (y ausente), unos hijos emancipados que la tratan con menosprecio y ningún horizonte vital; pero también tenemos a una amiga divorciada que le ofrece la oportunidad de acompañarla quince días de vacaciones a Grecia. Este es el planteamiento. No hay que revelar nada ni del nudo ni del desenlace, más allá de remarcar la impecable versión catalana que firman Joan Sellent y Ferran Toutain y la dirección de Miquel Gorriz.
Hace sólo veinte años, la necesidad de empoderamiento de una mujer de cincuenta y tantos tal vez hubiera parecido una ficción histórica, una comedia de época felizmente superada. En pleno siglo XXI me temo que Shirley Valentine conseguirá que mucho público femenino se sienta identificado. ¿Tal vez vivimos en regresión? La censura a cantantes, escritores y artistas, la reactivación de los valores de la ultraderecha, los debates sobre derechos civiles, la calidad de la justicia, los mensajes constantes que contradicen la igualdad de los ciudadanos ante la ley, el peso de lo que antes denominábamos poderes fácticos y ahora deep state... Todo esto provoca un choque de decepciones entre decepcionadores y decepcionados, que tampoco son dos bloques tan fácilmente identificables. Me parece una noticia excelente que la gente de teatro no se deje amilanar por los resultados contables y una pésima noticia que Shirley Valentine pueda provocar la identificación de incontables espectadoras de todas las edades.
‘Shirley Valentine’ permite pensar que, en muchos ámbitos de la vida, estamos igual que hace décadas