Un Mundial contra los prejuicios
AYER comenzó en la isla canaria de Tenerife el Mundial de baloncesto femenino con la participación de 16 selecciones y el aliciente de algo tan excepcional como una hipotética derrota de Estados Unidos, cuyo cinco femenino ha ganado todos sus partidos oficiales desde el 21 de septiembre del 2006 (cuarenta victorias consecutivas). La selección española, dirigida desde el año 2012 con acierto y medallas por Lucas Mondelo, es una de las favoritas al podio y a disputar la hegemonía de EE.UU. Tiene un equipo muy bregado –con iconos como la catalana Laia Palau, internacional en 271 partidos– y viene de grandes resultados como dos títulos europeos, y podio en las últimas citas olímpicas y mundialista.
Si los alicientes del campeonato son innegables y apuntan a buenos índices de audiencia y asistencia –Canarias es una de las comunidades con mayor tradición baloncestística del país–, el Mundial que ayer comenzó en Tenerife es otro peldaño en la titánica lucha del deporte femenino por equipararse al masculino. La distancia, sideral a principios de siglo, se está acortando de forma acelerada y la audiencia de este Mundial podría ser otra prueba objetiva. También sobre la pista, el baloncesto femenino ha adquirido una calidad técnica y preparación física –con el consiguiente reflejo en los marcadores– digna de ser destacada. Hay, además, una positiva constatación: el equipo de España tiene altura –varias jugadoras del doce alcanzan los 1,90–, síntoma del progreso social, cuando hace apenas un cuarto de siglo la torre del baloncesto femenino, Rosa Castillo, medía 1,80 y parecía el no va más.
El progreso de la selección femenina de baloncesto, la segunda del mundo en el escalafón, se suma al de otros deportes de equipo como el fútbol, el waterpolo o el balonmano, lo que es motivo de congratulación para un país donde no hace tanto el deporte femenino era objeto de chanzas y desinterés por parte de los medios de comunicación, con la única salvedad de algunas individualidades, caso de la gran Arantxa Sánchez Vicario, un modelo de superación en las pistas. Hoy, la fuerza del deporte femenino no depende sólo de talentos aislados sino que descansa en equipos, el mejor síntoma de que la base deportiva está igualando a hombres y mujeres. Todo este esfuerzo ya no se inscribe en el voluntarismo, la benevolencia o un paternalismo sin mala intención sino en el hecho de que muchos de estos éxitos han cosechado buenos índices de audiencia televisiva, la madre del cordero del deporte del siglo XXI. Y las previsiones del Mundial de Tenerife son, en este terreno, razonablemente optimistas.