Y el pianista del mes es Piqué
Dicen que el fútbol ha cambiado mucho y no es lo que era. Tonterías. Siempre hay un pianista y cuando hay bronca en la taberna –la gente tiene mal beber y mal perder– nunca respetan el rótulo de “no disparar al pianista”, unos porque de música no entienden y otros porque entre acribillar al pianista o a Billy el Niño prefieren ir a lo seguro.
Yo no sé si es “la presión que está metiendo el RCD Espanyol” con sus victorias –como sostiene un compañero de redacción perico, cuyo nombre omito por el sacrosanto derecho a la intimidad– pero Barça y Real Madrid pegaron el petardazo anteanoche (la otra coletilla del compañero es que mañana el Espanyol “puede acostarse líder”).
No es el fin del mundo pero las derrotas de los dos grandes –aunque sea en septiembre– son las que promueven las riñas tabernarias. Todo aficionado tiene su pianista de cabecera al que hoy dispara una ráfaga y mañana le pide que toque de nuevo la oda a la cerveza. Es injusto pero así funciona el asunto.
Del muestrario azulgrana, Gerard Piqué tiene muchos números para ser considerado “pianista del mes”: tres de los siete goles encajados en estas seis jornadas –un fiasco colectivo, nada que ver con la temporada anterior– han sido “cantadas” suyas.
A estas alturas, todos tenemos formada opinión de Piqué, mayoritariamente excelente. Sería ridículo dudar de su carrera, influencia sobre el campo y personalidad. Eso sí: lo tomas o lo dejas. Piqué tiene un problema y el club también: parece una empresa
Piqué transmite una dispersión que en una empresa normal del mundo normal ya le habría acarreado algún toque del jefe de personal
dentro de un club que también es una empresa. Y el dinamismo de Piqué fuera del fútbol es extraordinario, muy extraordinario. Si su rendimiento es impecable, el aficionado hace la vista gorda. No es el caso. Más bien lo contrario. Los concursos de póker o la reestructuración de la Copa Davis pasan, ahora, factura. Y cunde la idea de que Piqué es un verso libre –se supone que debería ser el primer o segundo capitán pero algo habrá en el vestuario, reacio a darle los galones, apenas cuarto capitán y este año–, lo cual es muy poético en tiempos de lírica y victorias pero todo un conflicto de intereses en rachas negativas. Ser jugador del FC Barcelona es un privilegio que la vida dispensa a pocos –sus esfuerzos les ha costado–. Piqué, a ratos, transmite una dispersión que en una empresa normal ya le habría acarreado algún toque del jefe de personal. Perdón: del responsable de recursos humanos.
El pianista del Real Madrid se llama Julen Lopetegui. No dispone de crédito –¿recuerdan a Benítez?– y siempre arrastrará la “traición” a la selección española. El entorno del fútbol español es ser muy español pero no necesariamente blanco. Y de todo esto nadie se acordará el sábado si Barça y Real Madrid gana con claridad. ¡Tócala de nuevo, Sam!