El doctor de las mujeres dignas
El doctor congolés Denis Mukwege (Bukavu, 1955) es médico porque escucha. Antes de operar a cualquiera de las cientos de pacientes que hacen cola cada día en su hospital Panzi de Bukavu, en el este de la República Democrática de Congo, las recibe en su consulta y las deja hablar el tiempo que haga falta. Esos minutos de escucha, dice Mukwege, son la distancia entre ser una víctima de una violación o empezar a ser una superviviente. “Llegan rotas y humilladas, no sólo físicamente, también psicológicamente. Hay que reconstruir su amor propio, así que lo primero que necesitan es sentirse respetadas”, explicaba a este diario en una visita a su hospital en Congo. Sólo después entran en el quirófano. Desde hace más de dos décadas, el ginecólogo congolés de 63 años opera gratuitamente a mujeres y niñas que han sido agredidas sexualmente y combate las violaciones desde primera línea del horror: los agresores a veces torturan a la víctima y le introducen en la vagina bayonetas, cristales o productos tóxicos como disolvente o lejía. A menudo Mukwege debe reconstruir el aparato reproductor, el urinario o incluso el digestivo de sus pacientes. “Usan el cuerpo de la mujer como campo de batalla. La crueldad ejercida resulta inhumana. La violación en una zona de conflicto es la voluntad de destruir al otro y a las generaciones futuras a través de la mujer”.
En una ocasión llamaron a Mukwege “el doctor de las mujeres rotas”. Después de tratar a más de 45.000 de ellas en Panzi –la cifra incluye operaciones posparto de madres que no han sido violadas– él se resiste: si acaso es el doctor de las mujeres dignas. “He observado a mujeres en situaciones desesperadas. Llegan entre la vida y la muerte, destrozadas, abandonadas y repudiadas por sus familias... pero cuando las curamos, les hablamos de sus derechos y les devolvemos su dignidad, esas mismas mujeres se convierten en líderes”.
El tercero de nueve hermanos e hijo de un pastor pentecostal, Mukwege viajó con 29 años y 2.000 dólares en el bolsillo a Angers, Francia, para especializarse en Obstetricia y Ginecología. Cuando terminó, regresó a su país y se topó con la guerra y una ola de violaciones masivas sin precedentes. Además de ponerse al frente del hospital, denunció a los verdugos: desde soldados del Gobierno a rebeldes. Estuvo a punto de pagarlo caro. En el 2012, después de que Mukwege criticara a las autoridades congolesas en una conferencia de la ONU en Nueva York, hombres armados intentaron asesinarle en su casa de Bukavu. Desde entonces, trabaja y vive en el hospital, donde le sigue un guardaespaldas armado las 24 horas del día, y viaja por el mundo para denunciar la impunidad de los violadores.
Favorito desde hace años a ganar el Nobel de la Paz, Mukwege insistía en que la importancia de los premios está en su capacidad de hacer reaccionar a los demás. “No quiero que me sigan ni me admiren, quiero que peleen a mi lado. Yo lucho para reparar la dignidad de las mujeres”. Ayer, cuando se anunció que era el ganador del Nobel, Mukwege estaba en el quirófano trabajando.