Del amor y otras intimidades
Desde que Cayetana Fitz-James Stuart y Silva ya no está en este mundo, la casa de Alba, poco a poco, se ha ido acomodando a la personalidad del actual titular del ducado,
Carlos Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, un señor, en la amplia acepción de la palabra, serio y que, sin huir de la notoriedad, tampoco la fomenta. Hoy ese segundo plano, en el que habita el duque desde que en noviembre del 2014 heredó el título se llena de luces con motivo de la boda de su heredero, y, por tanto, futuro duque de Alba, Fernando, con la joven Sofía Palazuelo, también de casa bien, pero no tanto. Los
Alba tendrán a bien facilitar imágenes del enlace, huyendo como corresponde a su estatus del mercantilismo de las exclusivas, como ya han hecho en otras bodas. Así lo hicieron con la que una crepuscular
Cayetana protagonizó, tres años antes de morir, con Alfonso Díez, el hombre al que acabaron pidiendo perdón todos aquellos que le tildaron de aprovechado porque con 61 años y un trabajo de funcionario optó por casarse con una señora de 85, dueña de un inmenso patrimonio, con más historia que liquidez, también hay que decirlo.
Hace muchos años, la nobleza y los artistas componían, casi en exclusiva, el grueso de los famosos, y
Cayetana, hay que reconocerlo, logró mezclar los dos mundos. La democratización del sistema de celebridades ha bajado tanto el listón que hasta a la versión de Gran Hermano que actualmente se emite en Tele 5 se le añade el VIP por dar consideración de very important person a una panda de zánganos alterados.
Mientras tanto, quienes podrían nutrir ese mundo, como la actriz
Penélope Cruz, consideran la fama no un peaje sino una carga. Sólo así se explica que vaya, junto a su marido, Javier Bardem, dando clases de humildad y, al mismo tiempo, como ha sucedido estos días en Barcelona, donde ha rodado el anuncio de Costa Cruceros, se oculte a los ojos del resto de los mortales como una diva con pánico escénico sin el mínimo contacto con humanos ajenos al rodaje. Todo lo contrario que
Concha Velasco, a quien el cariño del público le da vida. El martes, tras incorporarse a las representaciones de El funeral, que tuvo que suspender por enfermedad, dijo, riéndose de sí misma: “Como soy una estrella no tengo catarros, tengo neumonía”. La naturalidad de su aparente boutade no es la de Terelu Campos, quien hoy se somete a una doble mastectomía después de haber llevado al límite el debate públi- co, y televisado, sobre la previa a la toma de decisión. Eso, sin contar la mezcla en el mismo vaso de la tontería de unas operaciones estéticas con la seriedad de la operación que hoy la lleva al quirófano. Mejor que vuelva a hablar de sus novios o ya, de sus no novios.
En los tiempos que corren no solo se ha ampliado el concepto de famoso, también se ha aceptado la enfermedad, quizás el único asunto que de verdad requiere intimidad, como tema del que hay que dar detalles al público, y si no, que se lo cuenten a Ana Obregón. La actriz y presentadora, tras meses callada atendiendo en Nueva York a su hijo enfermo de cáncer, ha concedido una entrevista a la revista ¡Hola! en la que, además de chafarle la exclusiva de la boda a José Ortega Cano y Ana María Aldón, ha hecho un flaco favor a la sanidad española al justificando el ingreso de su hijo, Álex, en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center por la singularidad del tipo de tumor y dejando en el aire la duda de si en España se está al día de tratamientos. Reconocidos oncólogos han expresado su pesar por esas declaraciones y por la falsa idea lanzada también por Obregón al lamentar que no todo el mundo tiene, como su familia, posibilidades de salir fuera a tratarse de una enfermedad. Anita, entérate, la sanidad pública española costea los tratamientos de todos los enfermos y también salva vidas.