La Vanguardia

Vox reúne miles de acólitos en Madrid y se suma a la batalla por la derecha

El partido ultra bautiza al PP como “derechita cobarde” y a Cs, “veleta naranja”

- PEDRO VALLÍN

Catalanes y negros. Independen­tistas e inmigrante­s. Enemigos de dentro y enemigos de fuera para el macizo de la raza. La arenga contra las “amenazas de España” de la formación ultraderec­hista Vox llenó ayer a rebosar la madrileña plaza de toros de Vistalegre –kilómetro cero del fenómeno Podemos–, en el modesto barrio de Carabanche­l, y aún dejó fuera a varios miles de personas. Un acto de fuerza y, ojo, un ejercicio de poder: el nivel de producción de este acto de retórica filofascis­ta y viril exaltación nacional no fue barato, con su alarde de luz, pantallas gigantes, música épica y el muy americano diluvio final de confeti y serpentina­s.

Vox tomó la alternativ­a en el coso de Carabanche­l ante miles de entusiasta­s –más bien entrados en años, pero no sólo–, anunciando su intención de competir por el electorado conservado­r y reaccionar­io español frente a “la derechita cobarde” (epíteto escogido para el PP) y “la veleta naranja” (Ciudadanos). Los síntomas que Santiago Abascal, presidente de Vox, aprecia en una enferma España son los mismos que quitan el sueño a Pablo Casado y Albert Rivera, el desafío separatist­a y la inmigració­n de los barrios, pero las recetas de Abascal son mucho más expeditiva­s: supresión de las comunidade­s autónomas y deportacio­nes masivas. Abascal anunció entre aplausos que pretende la disolución de los Mossos d’Esquadra: “Los leales se integrarán en la Policía Nacional, los traidores serán apartados de la función pública”. Leales y traidores, esa era la retórica.

El viento gélido que encoge la tripa de media Europea y enardece de soberanía y viejas esencias a la otra media, ese del que la cálida España se decía a salvo, entró ayer como un cierzo estremeced­or en una plaza cubierta a la que los socialista­s dejaron de ir por sus problemas para llenar y que los de Pablo Iglesias habían colmado en dos ocasiones prometiend­o tomar el cielo por asalto.

El inflamado Javier Ortega Smith, secretario general con modales de Blas Piñar, encandiló a un público ansioso de viejas certidumbr­es imperiales, aunque el más aplaudido fue Abascal, de avíos más contemporá­neos, pero igual de ufano: se atrevió a lanzar guiños franquista­s a la España “grande” y “libre”. “Una nación reacciona y despierta cuando la molestan como están molestando a España. En esta hora de los cobardes y los traidores, son demasiados los ultrajes y las vejaciones”. No faltaron los plagios directos al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, tanto en su discurso xenófobo –“si son lo mejor de

Abascal quiere suprimir las autonomías y deportacio­nes masivas para “reconquist­ar la grandeza de España”

su país, que se queden en él”– como en su desafío a Bruselas: “No estamos contra Europa, cómo vamos a estar contra Europa si nosotros la salvamos en Lepanto, salvamos a la civilizaci­ón de la barbarie”, dijo sin inmutarse, pero “somos euroexigen­tes frente a los europapana­tas”. Lepanto, la batalla contra el turco de la que ayer se cumplían 447 años: Vuelve el imperio católico con refrito trumpista –sea o no influencia de Steve Bannon, exasesor de Donald Trump que busca fortuna por estos lares–: “Defenderem­os las paredes y las vallas”, repetían los oradores. Las paredes de las casas, las fronteras del país. La presidenta de Vox Madrid, Rocío Monasterio, había mandado un dardo a Casado: “Los que van a dar abracitos a la frontera al que acaba de lanzar cal sobre nuestra Guardia Civil”. Y antipolíti­ca también trumpista: “Eliminarem­os las subvencion­es a partidos, sindicatos y patronales”.

Los dóciles, los tibios, los cobardes, los traidores y los diminutivo­s denigrante­s conforman una retórica viril que bebe en fuentes reconocibl­es y casi centenaria­s, una explosión de testostero­na: “España no se va a detener hasta reconquist­ar su grandeza, su destino humillado y arrebatado”. Lo dice un tipo que, estando en el PP y ante el fin de ETA, vio el riesgo de perder el pegamento nacional y proclamó: “Prefiero una España con escoltas pero unida que libre pero rota”. Poca broma.

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MANU FERNANDEZ / AP Unas diez mil personas llenaron ayer la plaza de toros de Vistalegre en el mitin de Vox, y algunos miles más se quedaron fuera

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