Por qué la identidad causa crisis
Me siento obligado a dar satisfacción a aquellos que aducen que mi artículo “Catalanismo y crisis de identidad”, no consideraba las causas específicas del conflicto de Catalunya (y de España). La objeción es exacta. Lo es, porque mi intención era fijar la atención en una dimensión decisiva en el examen de nuestro problema: las razones que lo enlazan con la fractura que vive la sociedad occidental liberal cosmopolita, que en nuestro caso propician el entusiasmo, persistencia y difícil reversibilidad del independentismo.
Claro que existen causas locales, tanto aquí como en toda Europa y Estados Unidos, constituidas por una combinación de factores históricos y agravios actuales. Ellas son la condición necesaria para la explosión, pero no la energía que la mantiene; la cerilla que prende el fuego pero no la leña que lo alimenta, que proviene de la crisis de identidad causada, como expliqué, por los efectos de la globalización sobre las relaciones de producción, la descristianización vacía y la perspectiva de género.
Las causas propias son obvias y parten de una incapacidad del PP para entender que la realidad española ha de asumir la catalana, un mal que Ciudadanos multiplica. También de la insolvencia política de Rajoy y su gobierno para aportar respuestas. Él podía haber apagado la cerilla, o al menos humedecer el ambiente. Hizo exactamente lo contrario: lo secó. Después vino la concatenación de hechos que tan bien narra Lola García en El naufragio. Pero todo esto no nos hubiera conducido a la situación actual (como el 15-M, otra insurgencia, no construyó una alternativa) si el independentismo no hubiera aportado una identidad sucedánea a la triple identidad maltrecha. Es esa crisis de identidad la que ha destruido a la burguesía, y que explica lo que unos llaman traición, y otros dimisión, de las elites. Como explica la incapacidad de la clase trabajadora organizada en sindicatos para impedir su división, por cuestiones que nada tienen que ver con las relaciones de producción.
Es una evidencia que hay que quitar las cerillas de las manos de los pirómanos, pero esto no basta para desarrollar el catalanismo. Este sólo puede surgir si es capaz de construir una identidad firme, que supere aquellas tres destrucciones –y esta es la conclusión de mi artículo anterior– generadas por la globalización de costes y beneficios injustamente distribuidos, la descristianización y la perspectiva de género.