El caso Alba: todos pierden
Hay una expresión fantástica en el mundo del fútbol cuya pervivencia lo acerca al mundo de la mafia: el código del vestuario, el grado superior del “lo que pasa en el campo se queda en el campo” aunque hoy las cámaras permiten captar los escupitajos o leer los labios.
El código del vestuario viene a ser una ley del silencio según la cual quien se va de la lengua tiene que ser escarmentado por el bien del equipo. El código tiene su lado simpático porque también incluye alguna costellada o asado –aunque últimamente los futbolistas son más señoritos y se van al restaurante y que cocine otro–, excursiones a parques de atracciones o estancias cortas en spas y balnearios, como si fuesen parejas en vísperas del divorcio.
Luis Enrique no tiene un problema y puede dormir tranquilo, el problema lo tiene la selección: España sale al campo sin su mejor once porque prescinde del mejor lateral izquierdo, un tipo llamado Jordi Alba. Después de cuatro partidos, la apuesta Marcos Alonso o Gayá da un resultado inferior a las prestaciones contrastadas del barcelonista.
Ya imagino que el seleccionador tiene sus razones. Es una lástima que le haya faltado coraje para hablar claro y desactivar esta bomba de relojería, todo un contrasentido porque si algo le ha sobrado en su carrera a Luis Enrique es temperamento. Lo tomas o lo dejas pero gana cuando es él y se deja de milongas y diplomacias, que no son lo suyo. Si tiene decidido castigar de por vida a Alba convendría que lo explicase y mejor si lo hace a su manera y no con flema que no es lo suyo. Que estalle. Tarde o temprano Luis Enrique tendrá que
Luis Enrique puede dormir tranquilo porque sin Alba no tiene un problema: el problema lo tiene España
hablar claro aunque sea a malas.
Todos los seleccionadores de España han tenido su bestia negra. O él o yo. La de Clemente fue Míchel y la de Luis Aragonés el intocable Raúl. Suele imponerse el seleccionador pero esta vez hay una diferencia: los criterios deportivos no avalan la decisión. España no juega mejor sin Jordi Alba, a diferencia del fútbol que practicó la selección tras marginar a Míchel o a Raúl.
Estamos ante un dilema digno de las escuelas de negocio: ¿Hace bien el jefe cuando prescinde de su mejor subordinado porque no lo traga? ¿Justifica el principio de autoridad –o lo debilita– castigar a los mejores aunque alguno de ellos sea un perfecto gilipollas? Estoy convencido de que Jordi Alba infringió el código del vestuario pero también de que no puede ser marginado de por vida. Por el bien del equipo. No es el duelo Weisweiler-Cruyff ni el fin del mundo. Conviene aclarar el antagonismo pronto, salvo que España nunca vuelva a perder.