La Vanguardia

El Brexit no se aplaza

Sus enemigos temen que esté jugando con el calendario para que no haya debate

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Eurófilos y euroescépt­icos se han puesto de acuerdo a la hora de rechazar los intentos de Theresa May para retrasar la aplicación efectiva del Brexit, una idea que, por el contrario, no ha sido mal recibida en la Unión Europea.

Theresa May tiene tantos enemigos que si el Brexit fuera un videojuego hace ya mucho tiempo que estaría muerta. La acechan detrás de puertas y arbustos, en callejones oscuros y a plena luz del día, por tierra, mar y aire, con armas convencion­ales y nucleares. James Bond o Ethan Hunt (el personaje de Tom Cruise en Misión imposible) hace ya tiempo que se habrían rendido.

Su idea de prolongar en un año el periodo de transición (el único resultado tangible de la cumbre de Bruselas del pasado miércoles) ha sido bien recibida por la UE, pero destrozada en casa. No gusta a los partidario­s del Brexit duro, porque significar­ía aplazar la salida y seguir pagando dinero, pero sin voz ni voto. Tampoco a los eurófilos, que temen que la premier esté jugando con el calendario y con el reloj para postergar las decisiones hasta el último instante y privar al Parlamento de un debate y una votación como Dios manda. La rechaza el DUP, porque no resuelve la necesidad de un estatus especial para el Ulster, sólo la aplaza. Otro tanto los conservado­res escoceses, que habrían de afrontar las elecciones autonómica­s del 2021 con el país todavía en Europa, y sometido a la política pesquera común. Y gusta menos aún al Labour, que busca unas elecciones generales y no quiere que sus diputados se vean en la tentación de apoyar al Gobierno para evitar el infierno de una salida desordenad­a.

Tras su intervenci­ón en la cumbre bruselense hace tres días, Angela Merkel se dirigió a uno de sus lugartenie­ntes y le confesó: “No he entendido lo que ha dicho, tendré que pedir a Michel (Barnier, el negociador jefe de la UE) que me lo explique”. Si la canciller alemana no la comprende, la primera ministra británica tiene desde luego un problema. Y es de su propia creación, porque o no dice nada sustantivo, o dice lo que cree que a sus interlocut­ores les gustaría oír.

La Unión Europea es el menor de los enemigos que tiene May, dado su voluntad de ser flexible y buscar un compromiso que impida la salida sin acuerdo. El principal problema de la premier siguen siendo su gabinete, y sobre todo la Cámara de los Comunes, donde no existe actualment­e mayoría para ninguna de las posibles fórmulas: Brexit duro, Brexit blando, permanenci­a en el Área Económica Europea, tratado de libre comercio al estilo Canadá, nuevo referéndum... En vista de ello, la táctica de May es seguir aplazando las decisiones para sobrevivir, y tan sólo en el último segundo, con el país al borde del precipicio, presentar un plan que causará la furia de unos o de otros, o de todos. Sabe que sólo pueden salvarla el miedo al caos económico y a unas elecciones generales que podría ganar el laborista Corbyn.

La semana que viene, previa a la presentaci­ón de los presupuest­os generales del Estado el día 29, se presenta delicada para May. Ha incumplido ya tantas promesas que nadie se fía de ella. Los halcones del Brexit especulan abiertamen­te con la idea de reemplazar­la por el dimitido exministro David Davis, mientras gana peso día a día la alternativ­a de suscribir por tres o cuatro años un modelo como el de Noruega, en vez de ampliar el periodo de transición, aunque ello lleve consigo una cierta libertad de movimiento de trabajador­es. Cada vez parece más claro que la primera ministra necesitará el apoyo de varias decenas de diputados laboristas para que su compromiso final sea aprobado en los Comunes. Y el Labour sólo respaldarí­a un modelo que signifique seguir en la

El principal problema de May no es la intransige­ncia de la UE, sino la falta de apoyo en el Parlamento

unión aduanera y el mercado único.

La ampliación de la transición se traduciría en el pago adicional de miles de millones de libras a Bruselas, anatema para los euroescépt­icos, que temen que el limbo se prolongase indefinida­mente y el Brexit no acabara de materializ­arse nunca, ya que la Unión Europea tendría el mejor de los mundos: una contribuci­ón generosa del Reino Unido, pero sin voz ni voto. El sector proeuropeo del Partido Conservado­r, mientras tanto, ve venir que May impedirá un debate en los Comunes, y le pedirá el voto patriótico para impedir una salida por las bravas.

Por suerte para May, la política no es un videojuego, y su fuerza radica precisamen­te en su debilidad. Todos sus enemigos quieren que sea ella la que se inmole en el altar del Brexit.

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YVES HERMAN / REUTERS Theresa May hablando con Donald Tusk ayer en Bruselas al margen de la cumbre de la Asem

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