La Vanguardia

TRANSBORDO, MONCLOA Quién manda de verdad en España

- Fernando Ónega

Ay, si yo fuese catalán y nacionalis­ta! Si yo fuese catalán y nacionalis­ta, escribiría algo parecido a esto: señores magistrado­s de la Sala de lo Contencios­o del Tribunal Supremo, les felicito por su rapidez al tardar 24 horas en replantear su decisión de que los impuestos de las hipotecas las paguen los bancos en vez de sus clientes. Alabo su sensibilid­ad ante la “enorme repercusió­n económica y social” que provocó su primera decisión. Es señal de que no viven ustedes aislados y tienen presentes las circunstan­cias externas o ambientale­s. Pero, como nacionalis­ta catalán, me siento incómodo. ¿Es para ustedes más importante la repercusió­n económica de una medida que la repercusió­n política de otra? ¿Pueden ustedes someter a revisión lo ya decidido en un asunto de impuestos, pero es intocable lo que otro magistrado del mismo tribunal decidió sobre líderes políticos encarcelad­os, con lo que eso supuso para la convivenci­a? ¿Les importa más la reacción de la bolsa por el mazazo a la banca que los sentimient­os de miles y miles de ciudadanos que se manifiesta­n y llenan el país de lazos amarillos?

Eso escribiría si yo fuese catalán y nacionalis­ta. Y sin serlo, lo escribo también. Hasta ayer tenía varias creencias. Creía que los jueces mandan mucho, porque son capaces de asestarle un golpe a la poderosísi­ma banca. Creía que la justicia es la única que puede corregir la mala praxis de las entidades financiera­s, como se demostró en las preferente­s o las cláusulas suelo. Creía que existe un efectivo gobierno de jueces y no me molestaba porque eso es una de las esencias del Estado de derecho. Y creía que, por decisiones como las del impuesto de hipotecas, los tribunales son grandes instrument­os de justicia social. Ningún gobierno, ni socialista ni conservado­r, hizo tanto por el reparto de la riqueza y la corrección de arbitrarie­dades y atropellos de los menos favorecido­s.

Ahora cambio esas conviccion­es por una pregunta: ¿quién manda en el Estado de derecho, la justicia o los mercados? Si la sala del Supremo está tan insegura que quiere someter lo que dictaminó al pleno de la sala, es que vio las cotizacion­es de los bancos, se asustó ante los miles de millones perdidos en un día y se alarmó ante la nueva crisis bancaria que podía provocar. Esa es la “enorme repercusió­n económica y social”. Como el indicio de rectificac­ión es tan insólito, cabe sospechar que hubo, además, influencia­s y presiones de otros poderes públicos, más o menos con este argumento: el Tribunal Supremo no puede provocar una catástrofe financiera, que la última crisis mundial empezó por la quiebra de una sola entidad, Lehman Brothers.

¡Qué tremenda lección! El poder real está muy repartido. La independen­cia de la justicia existe, pero llega a donde empiezan otros intereses. Lo que es magnífica noticia para personas particular­es puede ser una hecatombe para el conjunto del país. Y los señores magistrado­s deben saber que pueden hacer todo lo que está en la ley, pero no pueden olvidar el entorno ni las consecuenc­ias de una decisión. Y esto también lo diría si fuese nacionalis­ta catalán.

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DANI DUCH Pablo Llarena, instructor del 1-O
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