La Vanguardia

El paraguas de Trump

- Quim Monzó

Amenudo no somos lo bastante consciente­s de que la vida de los políticos es un no parar: de una ciudad a otra y, de esta, a otra más allá. El sábado pasado, el presidente Donald Trump salió de casa y se fue a la base Andrews, de la Fuerza Aérea, a subir al Air Force One que lo llevaría a los bolos de ese día. En los vídeos se le ve andando por la pista mientras se protege de la lluvia con un paraguas. Llega a la escalera del avión. Los policías que hay a ambos lados ejecutan el saludo protocolar­io: la mano derecha en la sien. Trump sube los escalones hasta arriba. Mete la cabeza por la puerta –a ver qué tal– mientras mantiene el paraguas fuera, abierto y en la mano, hasta que da un paso más, entra todo él dentro de la cabina y desganadam­ente suelta el paraguas todavía abierto, que queda en el suelo, boca abajo. El viento hace que baile de lado a lado de ese amplio último peldaño, cual peonza descoordin­ada. Al cabo de unos segundos de incertidum­bre vemos cómo sube la escalera un señor calvo, con traje, un montón de diarios en la mano izquierda y una maletita en la derecha. ¿Cerrará él el paraguas, te preguntas?

Si hubiese ido con capellina no le hubiesen caído tantas críticas malintenci­onadas

Pues no. Cuando llega a su altura, lo regatea por el lado izquierdo y entra al avión. El paraguas sigue danzando al ritmo del viento durante unos cuantos segundos más, hasta que por la escalera sube otro hombre, también calvo pero este con gabardina negra, que finalmente, él sí, coge el paraguas y con un gesto hábil, lo cierra y lo entra dentro. Dicen los medios americanos que es un agente del servicio secreto.

Como era previsible, a Trump los varapalos le han llegado de todos lados. El más repetido: que no sabe ni cerrar un paraguas. ¿Cómo no va a saber cerrar un paraguas, por favor? Claro que sabrá hacerlo, pero era peor el riesgo de intentarlo, que no se le cierre a la primera y tenga que repetirlo varias veces, o que el viento lo gire y quede al revés, como a veces pasa. Cuando alguien va por la calle y le pasa eso, inmediatam­ente mira a ambos lados, avergonzad­o, a ver si lo han visto. ¡Imaginen a Trump derrotado por la fuerza del viento cuando quería cerrar un paraguas! Habría sido el hazmerreír del mundo. Dejarlo en el suelo sin cerrar, para que otro haga el trabajo por él, refuerza su imagen de hombre que no está por hostias ni por perder el tiempo con cumplidos. (Hace dos semanas dejó que su amada esposa se mojara bajo la lluvia mientras él se protegía bajo un paraguas.)

Para evitar los problemas que comporta el viento a la hora de llevar o cerrar un paraguas, en el mercado hay uno, de fabricació­n holandesa, que es excepciona­l. Lo diseñaron tres estudiante­s de la Universida­d de Tecnología de Delft, en Holanda. Se llama Senz. Me compré uno en Vinçon, pero hace años que cerraron la tienda; supongo que a los agentes del servicio secreto (como el que finalmente cerró el paraguas y lo entró al avión) les será fácil conseguir uno, aunque lamentable­mente no sea de fabricació­n americana.

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