‘Feliz final’: fragmentos de la batalla de pareja
ÉL: “Al día siguiente de volver de la maternidad, recién nacida Ana, me levanté, os arropé con la sábana, cogí mi ropa e intenté salir del dormitorio sin hacer ruido. Dónde vas, amor, susurraste sin abrir los ojos. (...) ¿En serio vas a nadar? , insististe. Eso pensaba, pero si necesitas algo me quedo, dije. No necesitamos nada, vete tranquilo a nadar, murmuraste, y yo ya no pude pasar de la puerta: ¿te parece mal que vaya a nadar? (...) tú no entendías que yo no me quedase toda la mañana abrazado a vosotras, yo me mostraba muy ofendido porque cuestionases mi amor de padre, hasta que dije la frase que más repetí en las siguiente semanas, de la que me faltó hacerme una camiseta, una taza de desayuno: cuando nace un hijo no se para el mundo”.
ELLA: “...me despierto por la mañana y ya no estás en la cama, porque tu gestión castrense del tiempo ordena que te levantes a las seis menos diez, estudies media hora de alemán a distancia y hagas tu tabla de gimnasia para estar duchado y desayunado cuando las niñas y yo nos despertemos. Tus horarios, tus famosos horarios tayloristas que te dibujabas en cuadrículas (...) Tu fabulosa gestión del tiempo que pretendías extender a toda la familia: le hacías horarios de estudio a Germán repartiendo las asignaturas por minutos, (...) planificabas la limpieza semanal con turnos y rotaciones como si fuéramos compañeros de piso. Y si se me ocurría mostrarme agobiada, me proponías que me hiciese un horario, o me lo hacías tú mismo sin preguntar...”