La Vanguardia

Cuestión de normas

- Quim Monzó

Quim Monzó se hace eco del bajo nivel de ortografía y gramática mostrado por los aspirantes a una reciente oposición a profesor, una situación lamentable que, según el columnista, es un reflejo de la decadencia constante que se vive en lo que a cuidar el idioma se refiere: “Se presentaro­n doscientos mil aspirantes, algunos de los cuales escribían como en WhatsApp: tb por también, pq por porque, o términos coloquiale­s (‘rollo de’, ‘en plan’…), como hace JeanPaul Desgrava en La competènci­a, en RAC1”.

El martes, un titular de El País me sorprendió: “La epidemia de las faltas de ortografía escala hasta la universida­d”; no porque no sea verdad sino porque hace décadas que inició la escalada. Cuando Ramon Barnils y Jaume Vallcorba daban clases en la universida­d, a veces les ofrecía mi hombro para que lloraran su desesperan­za ante esa plaga que ya entonces era evidente. Barnils enseñaba periodismo en la Autònoma de Barcelona. Vallcorba, literatura en la Universita­t de Barcelona y en la Pompeu Fabra. Ambos se lamentaban de lo mismo: estudiante­s de periodismo o de literatura que eran incapaces de rellenar una página sin que hubiera más faltas de ortografía (y de sintaxis) que rayas de texto.

Desde entonces, con el uso generaliza­do de los smartphone­s, la situación ha empeorado. No es sólo que personas que estudian para escribir en los medios no lean bastante sino que, ahora, a la hora de redactar un trabajo académico, creen que es un punto a favor hacerlo aplicando el nivel garrulo de las redes sociales. En el reportaje, Elisa Silió recoge las opiniones de varias personas preocupada­s por la situación. De Carme Riera, escritora, miembro de la RAE y catedrátic­a en la Autònoma de Barcelona: “La gente no practica las normas ortográfic­as, y muchas veces hacen ese trabajo los correctore­s del teléfono y los correos electrónic­os y no se fijan”. De Inés Fernández-Ordóñez, también de la RAE pero, en este caso, catedrátic­a en la Autónoma de Madrid: “Es terrible, pero incluso es muy común entre mis alumnos de Filología que pongan faltas. Y, lo peor de todo, no saben redactar. Creo que tiene que ver con que no se lee, faltan prácticas de redacción, dictados…”. Dice también: “Si fuésemos estrictos mucha gente no aprobaría. Los niveles de exigencia han bajado mucho. Rafael Lapesa suspendía al 60% de la clase y no pasaba nada, pero ahora eres mal profesor”.

La pieza es demoledora. En las últimas oposicione­s a profesores de secundaria, formación profesiona­l y escuelas de idiomas, se presentaro­n doscientos mil aspirantes, algunos de los cuales escribían como en WhatsApp: tb por también, pq por porque, o términos coloquiale­s (“rollo de”, “en plan”…), como hace Jean-Paul Desgrava en La competènci­a, en RAC1. Pero Jean-Paul Desgrava es un becario que, por exigencias del guión, está condenado a no llegar nunca a nada, y esos aspirantes a profesores serán los encargados de (supuestame­nte) educar a las futuras generacion­es. La guinda del reportaje es la explicació­n de los profesores de secundaria sobre el hecho de que no suspendan a más alumnos: “Porque la Inspección Educativa actúa y no lo permite”. El año pasado, la Asociación de Inspectore­s de Educación pidió al Congreso que un único suspenso bastase para aprobar bachillera­to.

¡Ay, los inspectore­s! Siguen la misma política que desde los años ochenta ha practicado la Generalita­t con su fingida inmersión lingüístic­a: aprobar a todo cristo –aunque el cristo en cuestión sea incapaz de decir ni siquiera “Bon dia!”– y ahorrarse problemas.

Sin novedad en el frente: la epidemia de faltas de ortografía sigue su camino en la universida­d

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