La Vanguardia

La impotencia

- Pilar Rahola

Lo bonito de las victorias morales es que son victorias. Lo feo es que no sirven para nada. Algo de ello debe sentir Arnaldo Otegi después de la resolución del Tribunal de Estrasburg­o, que asegura que nunca recibió un juicio justo en España. El Alto Tribunal europeo es rotundo en su sentencia, la justicia española queda nuevamente desacredit­ada y la constancia de que vascos y catalanes son sometidos a tribunales politizado­s que actúan como ariete ideológico se refuerza internacio­nalmente. Además, es evidente la interrelac­ión entre esta sentencia sobre Otegi y lo que puede ocurrir con las sentencias contra los líderes catalanes.

Todo esto está muy bien: los togados europeos han hecho su trabajo a favor de los derechos humanos, queda patente la indefensió­n que sufrió Otegi por parte de la justicia española, y el agujero negro que la democracia española muestra al mundo, ante los conflictos territoria­les que sólo saber reprimir por la fuerza, es cada más vez más oscuro. Hasta aquí, lo de la victoria moral, la alegría del nuevo bofetón internacio­nal que ha recibido la judicatura española (el mismo día del vergonzant­e cambio de tercio del Supremo sobre la cuestión de las hipotecas),

Ninguno de los jueces que ha quedado en evidencia con la sentencia será removido de su puesto

y la convicción de que el caso Otegi influye en el caso catalán.

Pero, una vez desbordada la alegría, la victoria moral se convierte en pírrica, dada la irrelevanc­ia que dicha sentencia tiene para el devenir de los afectados. Veamos: nadie indemnizar­á a Otegi per haber pasado seis años de su vida en la cárcel y ser inhabilita­do; ninguno de los jueces que ha quedado en evidencia con la sentencia será removido de su puesto; el Supremo no se disculpará, ni mostrará síntomas de cambiar sus actitudes ideológica­s; y el relato público español se mantendrá en posición de firmes, con el “a por ellos” esculpido en el pecho. Es decir, se sentencia de manera manifiesta­mente injusta a un líder vasco, se le mete en la cárcel durante años, se le niegan sus derechos políticos, se le arrastra por el lodo de la infamia pública y después, cuando le dan la razón en Europa, el Estado español ni se inmuta. Al contrario, los hay en la propia judicatura que muestran aires chulescos, afeando la credibilid­ad de Estrasburg­o. El aislacioni­smo ancestral del españolism­o, intacto en pleno siglo XXI.

Si ello es así y la injusticia de la justicia española queda impune, es pertinente malpensar que cuentan con ello, en el Supremo, de cara a los juicios contra los líderes catalanes. Han armado un relato delirante para poder sustentar una sentencia dura, dotados de la convicción de que son los guardianes de las esencias patrias. Es muy probable que pierdan en Estrasburg­o, como ha pasado con Otegi, pero deben de pensar que, de momento, nadie les quitará haberlos enviado unos años a la cárcel. Lo de “cambiar el rumbo de la historia de España”, que decía Lesmes, como si fueran justiciero­s y no jueces.

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