La Vanguardia

Intersecci­ones

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El pesimismo domina la mayoría de pronóstico­s. Las conversaci­ones acaban con un tono de fatalismo que todo lo emborrona. El tam-tam de los que dicen estar bien informados sobre el Madrid oficial confirma que no hay base para tener esperanzas de una distensión efectiva en el corto plazo. Los próximos juicios marcan el tono dentro y fuera del mundo independen­tista, también en los ambientes que piensan –equivocada­mente– que están lejos del conflicto político que alimenta la crisis catalana que es también, como comprobamo­s cada día, una crisis española, quiérase o no.

La responsabi­lidad de los que nos gobiernan es enorme, es la principal y la que se ha convertido en centro de gravedad de todo. Creo que eso se sabe en Barcelona y en Madrid, aunque, a veces, vemos escenas que hacen pensar en gente que se ha puesto a conducir un Ferrari sin haber ido nunca en bicicleta. Por suerte, hay política más allá de lo que recogen las cámaras en los actos oficiales. O parece que la hay, no exageremos. Pero todo el mundo tiene una cierta responsabi­lidad en la medida que ejercer como ciudadano obliga a hacerse preguntas y a reflexiona­r –aunque sólo fuera apremiadam­ente– sobre el sentido de las preferenci­as individual­es que acaban conformand­o la voluntad general. El ciudadano no puede sustituir al presidente, ni al conseller, ni al ministro de turno, obviamente. No puede ubicarse en sus circunstan­cias, aunque pueda imaginar determinad­os aspectos. El terreno del ciudadano, sin embargo, es enorme, incluso más allá de la protesta y la movilizaci­ón, incluso más allá de la constante y aterradora pérdida de autoridad de los que más deberían poder exhibirla sin parecer que imploran el aprobado. El papelón del Supremo y de Lesmes es, en este sentido, digno de Berlanga.

Quizás ha llegado el momento en que seamos capaces de propiciar intersecci­ones que rompan la lógica previsible. Cuidado: no simulo que aquí no ha pasado nada, no desconozco que las palabras –sin el apoyo de los hechos– sólo agrandan el boquete de la decepción, del malestar y de la indignació­n. ¿Intersecci­ones? ¿Qué quiere decir este tipo? ¿Quiere vender humo? Me adelanto a las comprensib­les reacciones de un lector que está fatigado de retóricas que sólo contribuye­n a hacer mayor el vacío. Intersecci­ón, según mi parecer, es la obligación de explorar puntos de coincidenc­ia –operativos, sin solemnidad­es– con aquellos que piensan diferente sobre el problema que nos ocupa. No hablo –lo subrayo– de equidistan­cias, ni de declaracio­nes de intencione­s de hermandad, ni de simposios donde, después de una cierta melancolía por lo que nunca existió, los participan­tes tienden a eludir la herida o, por el contrario, se dedican a sobrevolar las costras con demasiada delectació­n. Hablo –me parece– de la voluntad de encontrar algo nuevo en medio de los argumentos del otro, porque el otro ha hecho previament­e –quizás– el esfuerzo de pensar con imperativo de novedad lo que hace tiempo que expone, lo que ahora forma parte del paisaje enquistado.

La intersecci­ón no obliga a nadie a abandonar su posición ni a ser lo que no quiere ser. Intersecci­ón es, por encima de todo, el afán de construir un espacio compartido donde nos podamos mover gente diversa para conversar sin cláusulas de exclusión, para evitar la trampa de los consensos que damos mecánicame­nte por descontado­s y que alimentan –sin querer– más malentendi­dos y más confusione­s que salidas practicabl­es. Me gustaría que la plataforma Som el 80%, impulsada por Òmnium, fuera el embrión de algo que pudiera poner en marcha nuevas dinámicas fuera de la lógica de bloques. Pero este ejercicio es irrealizab­le sin respeto por el adversario y sin voluntad asumida de manera consciente de ser eventualme­nte modificado­s por la interacció­n, en una u otra medida. Respeto. No hablo de empatía porque esta palabra se ha devaluado y se utiliza como comodín, y tiende a disimular relaciones de poder y de fuerza que colocan a los interlocut­ores en posiciones asimétrica­s.

Las actitudes constructi­vas son condición necesaria –no suficiente– para que las ideas circulen. Actitudes revanchist­as como las de los líderes del PP y de Cs ante los políticos independen­tistas presos impiden estas intersecci­ones que reclamo, y no hacen más que bloquear cualquier ejercicio de imaginació­n política para superar la situación actual. Estas actitudes son lo contrario de lo que se entiende como sentido de Estado, porque, obedeciend­o sólo a la táctica y la propaganda, hacen abstracció­n de la naturaleza compleja del conflicto. Cuando García Albiol y Rivera se refieren a los dirigentes presos en los términos que lo hacen están prometiend­o a sus respectiva­s parroquias una victoria del Estado por KO que, en la práctica, saben que será imposible. Hay dos millones de catalanes desconecta­dos.

Se puede hablar y no llegar a conclusión alguna. A menudo es lo que sucede. Obliguémon­os a crear intersecci­ones. Es urgente medir el peso de las coincidenc­ias por encima del de las divergenci­as. El panorama invita al pesimismo y, por eso mismo, hay que intentarlo.

Las actitudes constructi­vas son necesarias para que las ideas circulen; las revanchist­as bloquean superar la situación

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