La Vanguardia

¿Dónde estarán?

ANA GONZÁLEZ (1925-2018) Activista chilena

- BLANCA GISPERT

Con la muerte de Ana González, Chile ha perdido a una de las mujeres más tenaces en la lucha por los derechos de los que perdieron a familiares durante la dictadura de Augusto Pinochet. Durante 42 años, esta activista nacida en la ciudad norteña de Tocopilla movió cielo y tierra para conocer el paradero de los más de 3.000 desapareci­dos que cayeron en manos del régimen militar. Entre ellos, se encuentran dos de sus hijos –Manuel Guillermo (22) y Luis Emilio (29)–, su nuera embarazada –Nalvia Rosa Mena (20)– y su esposo, Manuel Recabarren (50). La policía secreta de Pinochet –la Dirección de Inteligenc­ia Nacional (DINA)– los secuestró en Santiago la noche del 29 de abril de 1976. Sólo perdonó a un nieto de dos años, que abandonó en medio de la calle. La mañana siguiente, detuvo a su marido, militante del Partido Comunista como ella, exdirigent­e sindical y presidente de la Junta de Abastecimi­ento y Control de Precios del distrito de San Miguel durante el gobierno de Salvador Allende.

La vida que juntos habían forjado en Santiago, donde González se trasladó para buscarse una vida mejor y donde conoció a su esposo en aquellos bailes que organizaba­n las juventudes comunistas,quedó truncada para siempre. Desde entonces, González se desvivió para encontrarl­os. Junto a otras afectadas (la mayoría eran mujeres) fundó la Agrupación de Familiares de Detenidos Desapareci­dos, con la que recorrió calles, hospitales y comisarías del país entero para encontrar cualquier pista de los desapareci­dos. Promovió innumerabl­es manifestac­iones, se encadenó ante el Congreso Nacional, participó en una huelga de hambre en la Cepal (organismo sudamerica­no dependient­e de la ONU), viajó a París y Nueva York para denunciar los crímenes de Pinochet ante la Unesco y las Naciones Unidas, incluso pasó cuatro meses en el exilio entre Buenos Aires y Estados Unidos.

González nunca se rindió pero sus esfuerzos fueron en balde. A sus 93 años, dejó este mundo sin conocer dónde están sus familiares. Ni la dictadura ni la democracia respondier­on a sus demandas. Sólo muchos años más tarde, supo que su marido fue trasladado a dos centros de tortura antes de desaparece­r. Ni rastro de sus hijos y su nuera.

Sin embargo, su infatigabl­e lucha ha dejado huella en la memoria colectiva chilena. Este agosto, la capital del país levantó un mural en su honor. Su entereza, su fuerte carácter y sentido del humor la convirtier­on en una figura icónica de la resistenci­a.“Nunca pensaron que una ama de casa, que no sabía nada, incluso ni dónde estaban los tribunales, levantaría una batalla como esta”, decía a The New York

Times en el 2010.

En el libro Tiempos peores

(2018) el periodista Richard Sandoval reproduce una escena en la que González lee desde su cama su propio testimonio: “Tuve el temor de morir en el intento, pero a medida que fue avanzando me di cuenta que me quedaba hilo para rato, y que el relato le daba vida a mi esposo, mis hijos y mi nuera”.

Incluso en sus últimos años de delicada salud, González siguió acudiendo a algunos eventos públicos y abrió las puertas de su hogar, convertido ya un museo de la memoria. Cuando la activista murió el pasado 26 de octubre en Santiago, la nieta de Salvador Allende, Maya Fernández, dijo que “siempre siguió luchando con un fuerte apego a la vida”.

González reconoció en el libro de Sandoval que “es muy difícil ser feliz en mis circunstan­cias. Pero hay sonrisas, porque lo que la dictadura quiso es que yo, como tantas otras, nos fuéramos a casa a llorar y nos quedáramos tranquilas. Pero no lo lograron”.

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MARTÍN BERNETTI / AFP

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