La hoguera del solsticio
Hay costumbres que se mantienen a pesar de las religiones, las guerras y lo más temible: el discurrir del tiempo. Lo recuerda la voz popular: “El dia de Sant Joan / és diada d’alegria; / fan festa els cristians / i els moros de Moreria”.
El solsticio de verano, de raíz pagana, se celebra con hogueras. El protagonismo del sol y el fuego ha propiciado toda suerte de costumbres y supersticiones de fuerte arraigo.
Así pues, tenemos las hogueras para ahuyentar los malos espíritus, lo que ha favorecido toda suerte de rituales, como el saltarlas.
También se añade otro elemento fundamental: el agua. Mientras unos prefieren, con todo, la celebración en la montaña, otros optan con decisión por el mar. De ahí, pues, que al anochecer se poblaran Montjuïc y el espigón. Aunque lo fundamental era presenciar desde uno u otro lugar la salida del sol, los que en la Barceloneta se montaban en embarcaciones pequeñas no dejaban de mojar manos, frente y pulso con agua salada.
No faltaban los que, acampados en la arena de la playa, consideraran obligado darse por lo menos un remojón.
La publicidad comercial prefería, en cambio, el Tibidabo, pese a que resultaba menos fácil poder llegar hasta la cima. He aquí un anuncio, que indica el perfil de la propuesta, a buen seguro favorecida por el parque de atracciones: “Al Tibidabo. Verbena de San Juan. Maravilloso espectáculo de las hogueras. Ver la salida del sol desde la cumbre del Tibidabo. ¡Todo Barcelona al Tibidabo!”.
La verbena era una ocasión para comer, beber y bailar, pero sobre todo para divertirse bajo los estilos más diversos. Las azoteas, mayormente las tan espaciosas del Eixample, eran en esta fecha señalada quizá el único día que no pocos vecinos decidían utilizarla; el calor riguroso favorecía la elección. Era un ambiente más propio de menestrales, pues la burguesía prefería estar ya asentada en el pueblo y comenzar así aquellos veraneos tan largos.
El paseo Nou de l’Esplanada fue inaugurado en 1789, y al haberlo hecho coincidir con el solsticio de verano y no haberle sido impuesto aún el nombre oficial, el pueblo lo bautizó al instante por su cuenta con el de, claro, Sant Joan.
Ya en el siglo XIX se prohibieron las hogueras en la Ciutat Vella, por razones de seguridad; la angostura de calles y plazas obligaron a tomar tal medida. Y lo mismo ocurrió durante la guerra incivil.
La hoguera que ilustra estas líneas fue levantada en 1939. Se alza en un cruce del Eixample. La chiquillería tuvo que emplearse a fondo, recorriendo casa por casa para hacerse con trastos viejos, que en aquel entonces bien pocos quedaban al haber sido empleados como lumbre para cocinar y calentarse.
Culmina la pira un letrero que en tal año incita a la reflexión para interpretarlo con el acierto debido: “Resistir”.
Los ritos paganos, como el fuego, se mantuvieron pese a religiones, guerras y el paso del tiempo