El vigor del provocador
Libros de Vanguardia edita ‘Dalí esencial’, un volumen en el que Josep Playà explica las claves de la vigencia de este icónico artista
Hay un dato curioso sobre la obra y la figura de Dalí, y es que, sin ser de los artistas más cotizados en las casas de subastas, es el que más público atrae a los museos. El récord de visitas del Pompidou en París lo tienen sendas muestras dedicadas a Salvador Dalí: en 1979 atrajo a 840.000 personas, y en el 2012, a 790.000, lejos por ejemplo del récord de 590.000 visitantes en una exposición temporal que atesora el Prado con la del Bosco.
¿A qué se debe ese fervor por quien en su época fue un artista extravagante? Josep Playà, periodista de La Vanguardia, explica en Dalí esencial. El gran provocador del siglo XX (Libros de Vanguardia) las claves de su vigencia, al tiempo que hace una puesta al día de su compleja biografía, que ha dado lugar a centenares de libros.
“Lo primero que llama la atención es que fue un artista multidisciplinar: escribía; participó del cine, en películas de Hitchcock o Disney; hizo escenografías para el teatro, ballet y ópera; realizó esculturas y joyas, e incluso se interesó por la ciencia, cosa poco usual en aquel tiempo”, apunta este especialista en la figura de Dalí, a quien –como resalta la editora Ana Godó– llegó a conocer.
Otra razón del vigor de la marca Dalí es el interés que él mismo tuvo por captar la importancia de la cultura de masas, lo que Playà atribuye a su viaje a EE.UU. en los años treinta. “Danos señor una televisión al día”, era la frase provocadora con la que en los sesenta mostraba esa intuición. Participó en concursos de la tele y se prestó a la publicidad –anatema entre artistas–, ya fuera de medias (en EE.UU.) o chocolate (en Francia).
El autor de este nuevo volumen de Libros de Vanguardia dedica un capítulo a los happenings dalinianos, acciones artísticas que la prensa española trataba con desdén. Menciona una treintena, entre ellas la de La Chunga bailando descalza con pintura en los pies sobre una tela blanca. “Él le dio la vuelta a aquella mancha negra y la restregó por el suelo para recoger la suciedad. ‘Le pasamos un barniz y ya tenemos la obra’, decía”.
Esta es una de las obras que no se han conservado. Y son unas cuantas, hasta el punto que Playà hace una lista y sigue la pista de Coco Chanel, que le habría adquirido un par. O la del telón que Dalí hizo para Eurovisión y desapareció de los despachos de RTVE. Y aún más surrealista: los decorados para la Salomé de Peter Brook, quien fue asaltado por unos maquis en la frontera...
Las interioridades del Museu Dalí son otro episodio de interés. Requerido por la nieta de Franco para pintarla el día de su boda, Dalí pidió a cambio tres piezas del Prado para su museo. El trato lo cumple él, pues tras la boda la otra parte se desentiende.
“Hay aspectos de su biografía no tan conocidos que acaban de definir al personaje, especialmente de los últimos treinta años, con el famoso testamento y el acuerdo entre gobierno y Generalitat (SemprúnGuitart) para repartirse la obra. O el dilema que se le planteó al final sobre si ser enterrado junto a Gala en Púbol, como tenía pensado, o en el museo de Figueres, su gran obra, como hizo Gaudí”.
Playà estaba en el hospital cuando las enfermeras salieron a buscar al alcalde de Figueres, Marià Lorca. “Dalí quería decirle que había cambiado de opinión, sería enterrado en su museo”. El periodista recuerda también su conversación con Dalí, años antes. Aún con la sonda nasal se esforzaba en dirigir la entrevista: “Di que me dejen tranquilo, que sólo quiero acabar el museo, es mi obra”.