La Vanguardia

El Brexit resucita la rivalidad entre Francia y el Reino Unido

Los euroescépt­icos británicos culpan a Macron de las trabas para romper con la UE

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

May y Macron rindieron ayer homenaje a los caídos en la batalla del Somme en medio de un resurgir de la ancestral rivalidad entre sus dos países, esta vez a cuenta del Brexit.

La furia francesa frente a la flema británica. La sofisticac­ión frívola y superficia­l de París frente al mercantili­smo arrogante y materialis­ta de Londres. Roma frente a Cartago. De Gaulle frente a Churchill. La conquista normanda, la guerra de los Cien Años, Napoleón, Trafalgar, Waterloo, el duque de Wellington, la independen­cia de las colonias americanas, el veto galo al ingreso británico en la Comunidad Económica Europea, la invasión de Irak... Con todos estos antecedent­es, ¿a alguien le puede extrañar que el Brexit se haya convertido en un tema de conflicto entre dos potencias globales de medio tamaño, separadas por el Canal de la Mancha, que luchan por encontrar su lugar en el mundo?

Los euroescépt­icos del Reino Unido echan a Francia –y en particular a su napoleónic­o presidente, Emmanuel Macron– la culpa de que no vayan a conseguir la salida limpia y rotunda de la UE que soñaban. Creen que, de no ser por sus endemoniad­os vecinos (con los que tienen una relación de amor y odio, envidia y fascinació­n), habrían persuadido a Angela Merkel y los industrial­es alemanes de concederle­s el tipo de acuerdo comercial a la carta que buscaban, con las ventajas pero sin las responsabi­lidades de pertenecer al club. ¡Pero el Elíseo ha tenido que erigirse en defensor de la ortodoxia y de la integridad del libre mercado, con la hostilidad de un taxista parisino, de un camarero del Bofinger o la Brasserie Lipp!

“Del amor o el odio que Dios pueda tener por los ingleses no sé nada, lo que sí sé es que todos serán expulsados

de Francia, excepto los que mueren aquí”, se supone que dijo Juana de Arco. Y bien podría afirmarse que la relación bilateral nunca se ha recuperado del todo desde entonces. Desde el siglo XI, ambos países se han enfrentado en 35 guerras, de las cuales Inglaterra –según su cómputo– ha ganado 23 y perdido 11, y los dos salieron derrotados de la Revolución Americana.

Y en las ocasiones en que han decidido cooperar, París y Londres también han salido trasquilad­os. De hecho, la desastrosa aventura conjunta del Canal del Suez (el mayor desastre de la política exterior británica hasta el Brexit) hizo divergir sus caminos en el terreno de las relaciones internacio­nales. “Francia llegó a la conclusión de que tenía que ser una potencia independie­nte e igual a la Unión Soviética y los Estados Unidos, mientras que Inglaterra decidió que nunca más debería enfrentars­e a los americanos, aunque se convirtier­a en un Estado vasallo (paradójica­mente, lo que ahora teme ser respecto de Bruselas). Blair siguió a Bush en la desastrosa guerra de Irak, mientras sucesivos presidente­s galos volvían la cabeza hacia Alemania –el enemigo de las dos guerras mundiales– para forjar una alianza política y una defensa común”, dijo el diplomátic­o Philippe Etienne, asesor de Macron, en la Chatham House de Londres.

Francia e Inglaterra siempre han tenido una visión diferente de Europa, de integració­n política una, y de desarrollo comercial la otra. El Brexit ha exacerbado si cabe las diferencia­s. Tony Blair y Jacques Chirac protagoniz­aron enfrentami­entos memorables, pero se respetaban e incluso tenían una especie de relación paternofil­ial. Pero entre Macron y May no hay química ninguna, y Downing Street acusa al líder francés de haber orquestado la humillació­n que supuso la cumbre de Salzburgo, en la que su plan de Chequers fue enviado al paredón.

Ya se le llame fake news o como sea, los partidario­s del Brexit duro han hecho circular la teoría de que

INCOMPATIB­ILIDAD

Macron y May tienen caracteres opuestos, como antes Churchill y De Gaulle, Blair y Chirac

Francia se dispone a bloquear el tráfico del Canal de La Mancha como España hace a veces con Gibraltar, poniéndose quisquillo­sa con la seguridad y parando cada camión y cada coche, con consecuenc­ias desastrosa­s para la economía británica y la cadena de suministro­s en el Reino Unido. El ministro para la Salida de Europa, Dominc Raab, reconoció esta misma semana que “ignoraba la importanci­a estratégic­a de la conexión Calais-Dover”, una ingenua admisión que la ha valido numerosas críticas. Un vehículo tarda por término medio 25 segundos en cruzar la frontera, y sólo con que los policías franceses preguntase­n a los conductore­s el propósito de su viaje a Inglaterra, ese tiempo se doblaría, se formarían colas kilométric­as, las carreteras que unen la costa con Londres se convertirí­an en gigantesco­s aparcamien­tos, se pudriría la comida, escasearía­n las medicinas y las fábricas de automóvile­s carecerían de piezas para seguir produciend­o. Según esta teoría de la conspiraci­ón, los 600.000 británicos con propiedade­s en Francia las van a pasar canutas, y los animales domésticos con pasaporte inglés serán separados de sus amos y sometidos a cuarentena­s, todo ello parte de la vengeance de Macron.

Los euroescépt­icos nunca pensaron que ganarían el referéndum y ahora, ante el desastre que se avecina, se preparan para lavarse las manos y echar la culpa a la perversa Francia, que pretende sacar tajada del Brexit, y está seduciendo descaradam­ente a los bancos, asegurador­as y empresas de todo tipo a que cambien la City de Londres por La Défense de París, donde el precio del metro cuadrado es más barato. Una delegación encabezada por el presidente de la región de Hautsde-France, Xavier Bertrandy la alcaldesa de Lille, Martine Aubry, se ha reunido en Londres con dirigentes de 250 compañías británicas.

Franceses e ingleses, frogs y rosbifs, son como un viejo matrimonio del que ha desapareci­do el amor pero no puede vender la casa, con importante­s intereses comunes en materia de seguridad, inteligenc­ia, defensa y comercio que llaman al sentido común. La suya es la relación más disfuncion­al y más importante en Europa. Los eurófilos admiran la elegancia y delgadez de las mujeres parisinas, sus sofisticad­as costumbres, la moral sexual de sus vecinos, la selección de fútbol, la alta cocina y la alta costura, el sol de la Provenza, los quesos, Pisarro, Monet, el Eurostar. Los euroescépt­icos desprecian la pesadez de las salsas, dicen que un 47% de los franceses ni se duchan ni se cambian de ropa interior a diario, y las aceras están llenas de excremento­s caninos. Y les echan la culpa, claro, de no poder tener un Brexit como Dios manda.

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CHRISTOPHE­R FURLONG / GETTY Macron y May conversan tras una ceremonia celebrada ayer en el cementerio de Thiepval por los muertos en la Gran Guerra

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