Las noticias y las piedras
En la portada de La Vanguardia del 4 de noviembre aparecía publicada una fotografía de Associated Press en la que se ve a Donald Trump arengando a sus seguidores en el aeropuerto internacional de Yellowstone. La imagen, de una potencia extraordinaria, recuerda los retratos del realismo socialista que mostraban a Vladimir Illich Ulianov, Lenin, en los días que siguieron a su llegada a la estación de Finlandia, en San Petersburgo. En el mes de abril de 1917, Lenin tardó ocho días para desplazarse de Zurich a San Petersburgo y dar el golpe definitivo a la revolución rusa. En aquellos años, el telégrafo aseguraba la rapidez de las comunicaciones. Pero las noticias se propagaban lentamente y tardaban días en digerirse. Contrariamente, el mundo de Donald Trump es instantáneo. Sabemos de forma casi inmediata a qué hora se acaba de levantar y en qué está pensando.
La información circula hoy en tiempo real. Y se valora más por su rapidez y su impacto que por su objetividad. Se sabe también que las noticias con una alta carga emocional circulan más rápidamente que las otras. En el mundo de antes (el de hace solamente veinte años), los sentimientos eran un fallo del sistema político. Un residuo del pasado que las instituciones habían intentado eliminar en nombre de una racionalidad superior. Pero ahora los sentimientos, algunos tan peligrosos como el resentimiento, han vuelto con fuerza a la política. En parte, gracias a las redes sociales.
Un ejemplo reciente. El domingo pasado, Albert Rivera se desplazó a Alsasua para dar un mitin en una plaza de esta ciudad navarra. El presidente de Ciudadanos hizo un tuit en el que afirmaba que los opositores al acto le habían tirado piedras. Las redes sociales amplificaron ese mensaje. Al acabar el día, la Policía Foral precisó que no se habían tirado piedras. Si acaso, un mechero y algo de gravilla. Pero para entonces las piedras habían viajado con mayor rapidez y mayor impacto en la opinión pública que las precisiones posteriores.
La inmediatez del tiempo real está demostrando una gran capacidad para transformar el entorno de la política. En su último libro, el historiador John H. Elliot dice que cuando se valoran las causas inesperadas de los acontecimientos contemporáneos siempre existe la tentación de otorgar mayor peso a las consideraciones racionales que a los sentimientos. Pero no siempre es así. Y para ilustrar esos momentos, Elliot recurre a Noticia de Cataluña, el libro que Jaume Vicens Vives publicó en 1954. En él, Vicens Vives hablaba de dos características psicológicas que habrían forjado la historia de Catalunya desde el siglo XVII. Uno sería el seny, el sentido práctico y realista de las cosas. El otro la rauxa, el momento en el que la pasión pasa por delante de la razón. Lo interesante de la contraposición era que la rauxa era, por su naturaleza, algo transitorio. Y el seny, la normalidad.
Queda por descubrir si el tiempo real que imponen las redes sociales precipita los acontecimientos. Es decir, si en el presente la rauxa ha dejado de ser algo transitorio para convertirse en la normalidad.
La información circula hoy en tiempo real y se valora más por su rapidez e impacto que por su objetividad