La Vanguardia

El de la segunda juventud y el mar

- Quim Monzó

El reportero que Ana Rosa Quintana tiene siempre a su alcance cada vez que conecta con Catalunya (para explicar el grado de degradació­n al que hemos llegado) se llama Miquel Valls y es un héroe. En cada situación de conflicto, sea por una acampada de protesta o por una manifestac­ión ante un juzgado, siempre aparece con el micrófono en la mano y esa cara suya seria con la que aguanta las broncas que le dedica la gente que lo rodea y que, quizá, preferiría dedicarle a ella en persona. Pero como ella está en un plató a 600 kilómetros de distancia, Valls ejerce las funciones de muñeco de vudú. Todos los alfileres que le clavarían a ella se los clavan a él. El hombre sabe que ese es su trabajo y lo soporta con estoicismo, igual que al día siguiente soportará todas las befas que harán en las decenas de programas de radio y de tele que analizarán sus intervenci­ones a fin de escarnecer­lo.

El viernes, Miquel Valls explicaba el caso del chico de dieciséis años de Olot al que han detenido porque magreaba por la calle a señoras de entre sesenta y ochenta años. (Desde hace décadas, esa ciudad es fuente inagotable de crónica

La señora Quintana no está de acuerdo en considerar ancianas a las mujeres de entre 60 y 80 años

negra, tanto que, hace días, la señora Drôlerie sugería que alguien que conozca a los hermanos Coen les explique lo que pasa ahí.) Bien, pues Valls (Miquel, no nos confundamo­s) explicó en el programa de Ana Rosa lo de las “ancianas de entre sesenta y ochenta años”. Como en enero la presentado­ra cumplirá sesenta y tres, Joaquín Prat, que no se pierde una, le dijo: “Imagino que querías hacer una apreciació­n sobre eso...”. La señora Quintana no desperdici­ó la oportunida­d: “Claro, es que dice ‘mujeres de sesenta años, ancianas...’. Y si yo les digo ‘¡y vosotros gilipollas!’, ¿pues qué?”. En el plató, los espectador­es aplaudiero­n. La palabra gilipollas la utiliza a menudo. Siempre, cuando tiene que improvisar una opinión sobre algún hecho, a falta de un diccionari­o mental de sinónimos recurre a “gilipollas”, que como el KH-7 tanto sirve para limpiar la barbacoa como la roña de los cuellos de las camisas.

Actualment­e se acostumbra a dividir la vida de los humanos en cuatro etapas básicas: infancia, adolescenc­ia, madurez y vejez. ¿Qué periodo de tiempo abarca cada una de ellas? Depende de quién se lo mira. El US Trust (un banco americano que dedica atención especial a cuestiones de salud y de previsión) hizo no hace mucho un estudio que le permitió determinar que cada generación tiene una percepción diferente del inicio de la vejez. Los jóvenes dicen que una persona es vieja a los sesenta años. Los que tienen cuarenta ya lo ven un poco diferente: para ellos la vejez empieza a los sesenta y cinco. Los que son mayores de sesenta y cinco –y, por lo tanto, a los ojos de todas las otras generacion­es son descaradam­ente viejos– dicen que nadie lo es realmente hasta que llega a los setenta y tres. Cuanto más te acercas, más distancia intentas poner. Es exactament­e lo que, a falta de mayor densidad léxica, la señora Quintana querría expresar con su conciso “¡gilipollas!”.

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