La Vanguardia

El gran archivador

- Pilar Rahola

En Catalunya tenemos El gran masturbado­r, uno de los cuadros más icónicos de Dalí, que el pintor quiso que se quedara en Catalunya, hasta que llegó la larga mano del Estado y se lo llevó. Recuerdo la maniobra ministeria­l que culminó en un expolio del patrimonio artístico, mutatis mutandis, como tantos otros hemos sufrido... Pero el artículo no va de cuadros, sino de tribunales, y si aquí tuvimos al gran masturbado­r, parece que en la Villa y Corte gozan de un gran archivador, cuyo trabajo no reviste la procacidad daliniana, pero sobresale en efectivida­d.

Por supuesto, los méritos de Marchena, el recién nombrado al máximo poder de los jueces, deben de ser múltiples, todos ellos reconocido­s por el ala derecha de la derecha española, que lo auspició a la cúspide de la mano del señor Lesmes, otro “de los buenos”, según feliz expresión de Ignacio González. Y entre esos méritos, la capacidad de archivar ha sido la más notable, sobre todo el archivo de los moscones que ponían en peligro a los amigos de los amigos del pupitre. Esta es una pequeña muestra: archivó la denuncia contra Fernández Díaz y De Alfonso por sus escandalos­as charlas donde hablaban de dañar a los líderes independen­tistas; archivó el caso del padre de Rajoy y los gastos de la Moncloa para su asistencia de gran invalidez; también, la denuncia de un sindicato policial contra el nombramien­to de comisario honorífico a Marhuenda; o el archivo de la querella contra Rita Barberá por negarse a retirar los símbolos franquista­s; o el caso de Monago y sus viajes; o de Camps y sus trajes; o el archivo del ático de Ignacio González en Estepona... Todo archivado, mientras en su haber acumula sentencias igualmente notorias: la inquina contra Garzón, cuando fue ponente en la causa en su contra; la rebaja de la pena a Matas por Palma Arena; la condena por desobedien­cia contra Atutxa y Gorka Knorr, que perdió en el 2017 en Estrasburg­o; los tres años de cárcel contra los indignados del “Aturem el Parlament”; la sentencia contra Quico Homs... Y por supuesto, la guinda del pastel: la autoría intelectua­l de la causa del 1-O contra la cúpula independen­tista, con Llarena como brazo ejecutor. Si rematamos con el escándalo por la sorprenden­te colocación de su hija como fiscal, su comida con Acebes, en plena imputación del juez Ruz, o su llamada al juez del caso Lezo, avisándolo de la grabación de Ignacio González, el paquete está servido.

Es evidente que, en cualquier democracia con separación de poderes, su marcado sesgo ideológico le habría imposibili­tado para el cargo, pero sustituye a Carlos Lesmes, que es más de lo mismo, al cuadrado, con el crucifijo mediante. Lo cual, sumado a los cambios que hizo Aznar del CGPJ, para garantizar el trapicheo de partidos, nos da la medida del poder que tiene la cúpula judicial en las decisiones políticas. Deep state judicial. Es decir, baja política con alta toga.

En una democracia con separación de poderes, su sesgo ideológico le imposibili­taría para el cargo

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