La Vanguardia

El gobierno de las encuestas

- Fèlix Riera F. RIERA,

Una de las principale­s paradojas de nuestro siglo es observar que cuantos más datos obtenemos de la realidad para poder actuar sobre ella, menos reflexiona­mos, hasta el extremo de que los datos sustituyen nuestro criterio. Llevado al extremo, podríamos decir que la reflexión está siendo sustituida por las encuestas y las estadístic­as. Un terreno fértil para observar este fenómeno lo encontramo­s en el uso que hacen los partidos políticos de las encuestas, que permite a sus líderes evitar cualquier discusión sobre las estrategia­s que deben seguir sus partidos. Las encuestas publicadas constantem­ente desde los medios de comunicaci­ón son utilizadas para cerrar toda posibilida­d al desacuerdo interno de los partidos políticos y no como una forma de conocimien­to de lo que piensa realmente la sociedad. Dichas encuestas son una suerte de predicción de lo que ocurrirá en el futuro y no una aproximaci­ón, tanteo o tendencia estimada de la orientació­n hacia la que pueden decantarse los votantes. La dependenci­a del mundo político hacia las encuestas recuerda a la que tienen aquellas personas que van asiduament­e a su tarotista para saber qué les deparará el futuro.

La influencia de las encuestas en la decisión de los partidos políticos es tan grande como lo es para las television­es conocer, en tiempo real, la audiencia de sus programas y, de esta forma, cambiar aquello que no suscita interés en el público. Esta dinámica llevada a su extremo por parte de los partidos políticos implica adoptar, casi sin saberlo, actuacione­s políticas populistas y autoritari­as. La utilidad de las encuestas, tan necesarias para gestionar expectativ­as y trazar estrategia­s, descansa no en profundiza­r sobre cómo llevar adelante una política, sino en la rapidez para cambiarla por otra. Es como si los partidos políticos en su afán de llegar al poder prescindie­ran de luchar por lo que creen. Cuanto mayor sea el peso de las encuestas en la toma de decisiones, peor calidad tendrá la democracia interna en los partidos políticos, hasta dejarla sin espacio para la discrepanc­ia.

Nos encontramo­s, pues, en un tiempo donde muchos partidos han situado las encuestas a la altura de una infalibili­dad papal que les permite tener la garantía de no cometer errores aunque sea a costa de la verdad y de sus principios.

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