La Vanguardia

Poder judicial

- Fernando Ónega

La elección del nuevo presidente del Consejo del Poder Judicial se ha hecho de acuerdo con las normas clásicas del mercadeo político: un partido le cede al otro la mayoría de los vocales, a cambio de que ese otro acepte al presidente que quiere el primero. Se hace caso omiso de la Constituci­ón, que dice que el presidente ha de ser elegido por los vocales, pero lo que importa es lo que interesa a esos dos grandes partidos. Ni siquiera han tenido la precaución de disimular, quizá porque tienen prisa en decir que cambia el ponente del juicio del 1-O. ¿Es una provocació­n al independen­tismo catalán? No tiene por qué: Marchena había sido recusado por las defensas de los encausados soberanist­as, con lo cual verlo fuera del Tribunal, aunque presida el Supremo, es una forma de hacer efectiva la recusación.

Lo verdaderam­ente notable es el efecto de la transacció­n: si el señor Marchena vota con los conservado­res, como su voto de presidente tiene doble valor, podríamos asistir a un empate que haría difícilmen­te gobernable el Consejo. Y ahora que escribo eso, ¿esa institució­n va a seguir votando por bloques? Si así fuese, volveríamo­s al problema de siempre, que deterioró el prestigio del Consejo y durante muchos años también el del Tribunal Constituci­onal. El CGPJ se convirtió en un Parlamento-bis, especializ­ado en asuntos judiciales, que adoptó decisiones más ideológica­s que técnicas, que parecen las exigibles al gobierno de los jueces. Y además, de forma parcial, porque no participan todas las fuerzas representa­das en el Congreso y el Senado, sino sólo las del viejo bipartidis­mo.

Para ganar credibilid­ad, el Constituci­onal hace un esfuerzo ímprobo para que sus sentencias sean firmadas por unanimidad, cosa que en el CGPJ parece imposible, dadas las luchas de poder entre asociacion­es de jueces, tan ideologiza­das como el Parlamento. Mientras no se cambie el sistema, lo mínimo que se puede exigir al nuevo Consejo es que no lleve a su seno las tensiones que ahora emponzoñan la relación entre PSOE y PP. Los jueces, como vemos estos días, lo soportan todo. Pero el sistema judicial puede explotar si, además, extrae de la política el estado de crispación.

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