Ballet de Catalunya, ‘10 points’
El Ballet de Catalunya es como ese estudiante aplicado que trimestre a trimestre progresa adecuadamente y cuyos resultados finales levantan siempre expectación. Sucedió este fin de semana con Don Quixot, su segunda producción de un clásico con la que hizo temblar las paredes del Centre Cultural Terrassa –el público enloquecido agotó la taquilla obligando a programar una segunda función– y demostró la espectacular mejora a nivel técnico que ha alcanzado en un tiempo récord, con kilos de ilusión y determinación supliendo por el momento la escandalosa falta de recursos.
Asombrosa en su ejercicio balletístico, en su dedicado análisis de las variaciones de Petipa, en su apuesta por el elenco masculino, la compañía hace incluso gala de una buena sincronización en este Don Quixot. Aprovecha todo lo aprovechable de cada uno de sus bailarines y luce como nunca a su solista femenina, la italiana Rebecca Storani, como una exultante Kitri. Máxime cuando su partenaire, Basilio, lo interpreta la estrella invitada Dmitry Zagrebin, bailarín principal del Royal Swedish (se le vio en la gala Ibstage), que bordó el paso a dos de tours en l’air haciendo olvidar alguna flaqueza del principio.
Hasta aquí los laureles, que no son pocos. Y que justifican la euforia generalizada y el hecho de que el director general de la compañía, Leo Sorribes, concluyera la función del sábado elevando públicamente a Storani a bailarina principal. Los “bravo” aún resuenan en la Rambla d’Ègara. Y muy honrado se ha de sentir el Centre Cultural Terrassa de haber ofrecido sus instalaciones como residencia de esta incipiente compañía, incorporándola en su 35ª Temporada de Dansa BBVA.
Con todo, quedan para posteriores exámenes trimestrales algunos aspectos elementales que hacen que un clásico del repertorio merezca ser interpretado, pues sólo la excelencia justifica regresar a Petipa. Aspectos como la expresión artística, esa cualidad que hace que el público se olvide del aspecto circense de una pirouette –¡diez puntos! ten points! dix points!– y se emocione con el ballet en sí. Para lo cual la elegancia del conjunto siempre ha de prevalecer.
En la dirección artística, Elías García y Larissa Leznina buscaron la personalidad propia en una labor de investigación sobre el folclore que inspiró a Petipa: desde la jota aragonesa hasta un tablao flamenco –en calzador, pero con bailaoras y tocaores genuinos, gracias–, cosa que acabó en batiburrillo y evocando más un parque temático (abanico gigante y decorados de aldea manchega incluidos) que no el aire español que imaginaba Petipa. Un producto, en fin, con buena salida comercial en el extranjero. No en vano irá a la Ópera de Seúl y de gira por Corea. FCB... de FlamencoCervantes-Barcelona. ¡Ánimo!