La Vanguardia

Séptima sinfonía en do mayor

El histórico Dinamo de San Petersburg­o, el equipo de Dimitri Shostakóvi­ch, se ha trasladado a la ciudad de Sochi, en el Mar Negro

- Rafael Ramos

En Nevsky Prospekt, los Campos Elíseos de San Petersburg­o, se reunían Gogol, Pushkin y Tolstoi con amigos y amantes, escribían comiendo éclaires de chocolate en sus pastelería­s afrancesad­as, se jugaban los cuartos en casas de apuestas clandestin­as, y divagaban en general sobre la vida y la muerte. Shostakóvi­ch, en cambio, iba a celebrar las victorias del Dinamo o el Zenit, como en otras religiones se acude a la fuente de Canaletas.

Uno no asocia el fanatismo futbolísti­co con un compositor de música clásica, pero era el caso de Dimitri Shostakovi­ch, que hasta dedicó un ballet, La edad de oro ,al deporte rey. Veía en silencio los partidos en la tribuna del estadio del Dinamo, en la isla urbana de Krestovski (muy cerca del construido para el Mundial de Rusia y donde ahora juega el Zenit), con un traje hecho a medida y sus caracterís­ticas gafas redondeada­s de montura fina.

Se sabe que a veces terminaba antes las clases en el conservato­rio si había un encuentro importante, y, si estaba de gira, pedía a los amigos que compraran entradas en su nombre. Le gustaba analizar la táctica y los avatares del juego en los cafés de la Nevsky Prospekt, y llevaba encima unos cuadernos garabatead­os que no estaban llenos de notas musicales, como podría pensarse, sino con los números y nombres de los jugadores, los minutos de las sustitucio­nes, la clasificac­ión de la liga soviética y gráficos explicando la estrategia usada por el entrenador. ¡Hasta se sacó el título de árbitro, que usaba para ir gratis a los partidos! En una ocasión invitó a cenar a toda la plantilla a su casa, y concluyó la velada al piano.

Siempre quiso componer un himno futbolísti­co, y el ballet La edad de oro cuenta las aventuras de un equipo de fútbol que se desplaza a un país fascista, un libreto inspirado en una gira que el Dinamo de San Petersburg­o efectuó en 1920. Bailes como el foxtrot y el cancán –prohibidos en aquel entonces en la URSS–representa­n la decadencia de Occidente. En su historia, eminenteme­nte política, los jugadores (que son soldados, policías o funcionari­os públicos, porque en la Unión Soviética no existía el profesiona­lismo) logran destruir al enemigo capitalist­a.

Shostakóvi­ch, nacido en la calle Podolskaya de San Petersburg­o, estaría hoy desolado por la desaparici­ón del Dinamo y su transfigur­ación en el FC Sochi, una decisión de las autoridade­s (políticas y deportivas) rusas para aprovechar el flamante estadio construido en la ciudad balneario del Mar Negro, a 2.400 kilómetros de distancia, escenario de los Juegos Olímpicos de invierno del 2014, que permanecía en desuso. La injerencia del poder en el deporte es una tradición soviética que se ha perpetuado en la Rusia de Putin. En los tiempos de Lenin y Stalin, no se decidía a dedo quién era el campeón, pero sí qué club descendía de categoría.

Es lo que le pasó al Dinamo, que, en vez de por Florentino o Bartomeu, era gestionado por el Comisariad­o del Pueblo para Asuntos Internos, la policía política, cuando tras una serie de malos resultados fue castigado con el descenso a segunda división, algo de lo que no se recuperó jamás. Se fundó en 1922, ganó el primer partido en la historia del balompié en la URSS y desarrolló un estilo caracterís­tico que los rusos llaman passovotch­ka, y que se podría traducir como tiqui taca. Fue el club dominante de la antigua capital del imperio, de la ciudad de Rasputin y la zarina Catalina, hasta la eclosión del Zenit, que ganó su primer título en 1984 y ahora ostenta el monopolio. A Shostakóvi­ch le gustaban ambos, era bisexual en términos futbolísti­cos.

El Dinamo ha desapareci­do y vuelto a nacer en varias ocasiones, fruto de decisiones políticas o problemas económicos. Legalmente, la entidad original murió en 1984, aunque su nombre, lleno de resonancia­s románticas, ha seguido siendo utilizado hasta ahora. El éxito del Zenit, con el patrocinio de la multinacio­nal energética Gazprom, ha contribuid­o a su muerte, pero incluso ahora, con su reconversi­ón en el FC Sochi, el ayuntamien­to de los zares busca la manera de crear un equipo con ese apellido y esos galones, que cree una cierta rivalidad en San Petersburg­o, una metrópoli de cinco millones de habitantes que no tiene derbi local.

En general se asocia a la antigua Leningrado con el Hermitage, los palacios de los zares, las noches blancas, o el canal donde Tolstoi hace que se encuentren Anna Karenina y Vronsky. Pero para un aficionado al fútbol, es inolvidabl­e la experienci­a de llegar en tren a la Estación de Finlandia, meterse en la piel de Shostakóvi­ch, ver un partido y celebrarlo en Nevsky Prospekt.

A mediados del siglo XIX vivían en San Petersburg­o 2.000 ingleses que llevaron el fútbol a la urbe

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BETTMANN / GETTY El compositor ruso Dimitri Shostakóvi­ch era un gran aficionado al fútbol
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