Formalidad y limpieza
La apuesta del presidente del Parlament, Roger Torrent, por recuperar el decoro en la institución; y la decisión del Gobierno español de poner fecha de caducidad a los combustibles fósiles en el 2040.
ROGER Torrent, presidente del Parlament de Catalunya, ha convocado a los presidentes de los grupos de la Cámara a una reunión cuyo fin es garantizar la conducta decorosa de todos los parlamentarios. Esta convocatoria responde a una petición formulada por varios de ellos. El último plenario fue una sesión particularmente bronca, en la que se cruzaron improperios indignos de la Cámara en la que reside la representación del pueblo catalán. Un pueblo que, en su gran mayoría, sabe actuar con mayor contención y respeto.
En el plenario del viernes se oyeron expresiones lamentables e intercambios de epítetos del tipo “golpista” y “fascista”, además de consideraciones negativas sobre la “humanidad” de ciertos parlamentarios, entre otras. El día anterior sufrimos episodios de orden similar, como el del presidente de la Generalitat, Quim Torra, acusando al líder socialista, Miquel Iceta, de “chorrear cinismo por la escalera noble” del Parlament.
¿Qué está pasando? Pasa que la división de la sociedad catalana derivada del proceso independentista se ha aposentado y propicia unos niveles de encono que alientan palabras inaceptables, de mal augurio. Es urgente una reflexión serena y autocrítica al respecto, empezando por los políticos que ostentaron u ostentan mayores responsabilidades. Quizás el hábito le lleve a pensar lo contrario, pero Carles Puigdemont se equivoca cada vez que desde Bélgica dedica el grueso de sus discursos a vituperar la democracia y las instituciones españolas, con más pasión partidista que exactitud. Y está por igual fuera de lugar que el presidente Quim Torra describa en sede parlamentaria al líder socialista del modo que apuntábamos más arriba.
Este tipo de manifestaciones deben ser erradicadas cuanto antes del Parlament. Los diputados pueden defender las ideas y los proyectos que consideren más pertinentes, pero siempre observando las normas básicas de buena educación y convivencia. El reglamento del Parlament es muy explícito al respecto: insta a evitar las perturbaciones y desórdenes, el intercambio de acusaciones y recriminaciones entre diputados o el uso de expresiones que atenten contra el decoro. Es más, todos los grupos firmaron en julio del 2016 un código para sus parlamentarios en el que se comprometían a mantener una conducta respetuosa, a usar un lenguaje adecuado y a fomentar la interacción constructiva, cordial y dialogante.
Los reglamentos y códigos son importantes. Pero más lo es la responsabilidad que debe acreditar cada diputado en el ejercicio cotidiano de su cargo. En su carta, Torrent señala que los diputados deben seguir una conducta irreprochable “por respeto a ustedes, por respeto a la institución y, sobre todo, por respeto a la ciudadanía”. Es innecesario argumentar con detalle esta reclamación, que suscribimos plenamente: no es digno de sí mismo el parlamentario que insulta, ni es digno de la institución que le acoge, ni lo es de la ciudadanía a la que dice representar.
Pero hay aún otro motivo, acaso superior, para que los parlamentarios se comporten con el mayor decoro posible: la ejemplaridad que deben a toda la ciudadanía y, en particular, a los más jóvenes. El Parlament no es un cuadrilátero, sino un espacio para el debate civilizado. Además, no hay causa política que progrese con defensores de modales tabernarios ni, mucho menos, que justifique conductas lesivas para la convivencia.