La Vanguardia

El tuit y la muerte

- Antoni Puigverd

Entre las tempestuos­as olas de la política y la judicatura, llaman la atención dos noticias culturales. La primera es un tuit del presidente de Aragón. “Empiezo la última novela de Eduardo Mendoza, que, como casi todos los grandes autores catalanes, escribe en español”. Parece un halago, pero es la instrument­alización de Mendoza con el objetivo de denigrar la escritura en catalán.

Por mucho menos, el president Torra fue descrito como racista. En el artículo que todo el mundo calificó de supremacis­ta, Torra no asociaba a todos los españoles con las bestias, sino tan sólo a los que no soportan, precisamen­te, el catalán. Torra ponía el ejemplo de un pasajero que protestó en los diarios de Suiza por haber tenido que escuchar el catalán entre las lenguas usadas por la compañía. Torra, que es un nacionalis­ta de raíz romántica, escribió una fábula muy desafortun­ada, pero no racista, para criticar a los intolerant­es. Al acceder a la presidenci­a, gracias a unas frases sacadas de contexto, circuló la falsa idea de que él relaciona a todos los españoles con las hienas.

El presidente Lambán no es supremacis­ta, a pesar del evidente sentido de su tuit. Concediend­o jerarquía a la lengua alta, apta para los escritores de calidad, deja a entender que la lengua catalana es para escritores de poca monta. Para combatir este planteamie­nto pedestre, algunos han mentado a Ausiàs Marc, Carner y Rodoreda. El propio Lambán escribió después otro tuit, supuestame­nte

Sin tapujos: despreciar la lengua catalana es rentable en España

rectificad­or, diciendo que uno de los mejores en catalán era aragonés. Se refería a Jesús Moncada, autor de Camí de sirga, que evoca el mundo perdido bajo el pantano de Mequinenza. Efectivame­nte, Moncada era uno de los grandes, como Francesc Serés, también aragonés del Bajo Cinca, es hoy uno de los mejores. Pero el tema no es este. Cualquier persona culta sabe que toda lengua es potencialm­ente creativa y que sólo el talento de los escritores determina el lugar que ocupan en el canon (aunque el imperio del mercado y el contexto sociopolít­ico condiciona­n su éxito y popularida­d).

Es desolador que un presidente desprecie de manera espontánea una lengua que, para más inri, forma parte de la comunidad que dirige. Pero lo más grave es que esto sea popular. Sin tapujos: despreciar la lengua catalana es rentable en España. Cuando se buscan las razones del aumento del independen­tismo nadie recuerda que, después de sembrar tantos prejuicios contra una cultura milenaria que ha sobrevivid­o a todo tipo de desgracias, ha germinado la semilla de la desafecció­n.

En este contexto, la muerte del gran antropólog­o Lluís Duch nos baja los pies a la tierra. Era un gigante cultural. Su monumental antropolog­ía es un compendio, escrito en catalán, del pensamient­o que el mundo actual ha atesorado sobre la condición humana. Duch es uno de los que más ha contribuid­o a situar la lengua catalana en el concierto de la alta cultura europea, pero ha pasado 82 años entre nosotros de manera casi invisible. Nos ofenden cuando desprecian nuestra lengua, pero ignoramos a los que mejor la cultivan y la hacen perdurar.

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