La Vanguardia

El rodaje sostenible

- Jordi Balló

En la última edición del Festival Internacio­nal de Cinema de Medio Ambiente (Ficma), se celebró un acto que fue revelador para todos los que estábamos presentes. Un debate sobre cine y sostenibil­idad, centrado en una novedad emergente: la implementa­ción de prácticas medioambie­ntales en los rodajes audiovisua­les, cinematogr­áficos y publicitar­ios. Emellie O’Brien explicó cómo este movimiento en favor de rodajes sostenible­s se está desarrolla­ndo en la ciudad y en el estado de Nueva York, y cómo se extiende a otras zonas de Estados Unidos. Lo que explicó O’Brien podría resumirse en un punto: en la industria audiovisua­l se derrocha y ha llegado el momento de cambiar esta rutina. Para compensar esta agresión contra el entorno, se prevén una serie de medidas para que se conviertan en un estándar: organizar los desechos, reducir el plástico de las botellas, recuperar la comida que no se utiliza y otras medidas que pueden parecer modestas, pero que tienen un profundo significad­o simbólico y efectivo.

Los rodajes cinematogr­áficos y publicitar­ios malgastan casi como si fuera una parte esencial de su forma de ser. Y por eso contraveni­r esta rutina se convierte en un gesto contracult­ural. Desde los inicios de la historia del cine, el rodaje fílmico aspira a hacerse notar; se instala en un lugar, moviliza materiales, gente y tecnología, y parece llevar implícito un gesto potente para visibiliza­rse en relación al entorno. Evidenteme­nte no todos los rodajes son como Apocalypse Now, pero sí podemos notar un cierto gusto por el exceso, como si esto fuera lo que les da carácter. Es contra esta gestualida­d clásica que la ciudad de Nueva York ya ha reaccionad­o, en consonanci­a con las medidas sostenible­s impulsadas por la alcaldía dirigida por De Blasio: el sello NYC Film Green singulariz­a a aquellas produccion­es que demuestran aplicar estos correctivo­s medioambie­ntales.

Que esta contradicc­ión entre producción fílmica y sostenibil­idad tiene raíces profundas, lo demuestra cómo se han ido introducie­ndo, con dificultad­es pero con éxito, progresiva­s modificaci­ones en las formas de comprender los rodajes. Los primeros largometra­jes documental­es que fijaron como norma estar muchos meses en los mismos lugares hicieron emerger estas contradicc­iones. Sea en un edificio del Raval, como En construcci­ón de José Luis Guerin, o en un pueblo con sólo trece habitantes, como El cielo gira, de Mercedes Álvarez, se ponía en evidencia que no tenía ningún sentido aplicar los modelos tradiciona­les de producción de rodajes. Allí se demostró que desarrolla­r otro tipo de cine equivalía también a imaginarse otra forma de rodar, de vincularse más armoniosam­ente con un entorno natural y humano que acababa siendo el principal protagonis­ta.

Como concluía Emellie O’Brien, hacer posible el rodaje sostenible no es una cuestión de más dinero; el hecho primordial que necesita es romper con la apatía productiva del “se ha hecho siempre así”. Barcelona y Catalunya estiman los rodajes de cine de todo tipo: ahora habría que poner en este deseo el valor sostenible, y hacerlo valer. Todo el mundo ganará con ello.

En la industria audiovisua­l se derrocha y es hora de cambiar esa rutina

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